Es bien sabido que el miedo es un arma empleada por los estados para el control social. Los medios de comunicación somos también responsables de la inyección de temor que se ha inoculado en la ciudadanía de forma sibilina. De un tiempo a esta parte se nos previene constantemente sobre la gran crisis económica del otoño y se nos impele a disfrutar de este verano, que será «el último» de cómo tenemos conceptuado los veranos, al igual que en la película de Mankiewicz. Seguro que estos avisos están basados en certezas y análisis de expertos, pero, no obstante, tengo algunas dudas sobre la intención final de tanta advertencia. Porque el miedo persigue la sumisión de la ciudadanía y no cuestionarse la realidad de forma objetiva. 

Tras una pandemia que dura más de dos años, un volcán, una crisis económica, una climática y otra energética, una guerra en el corazón de Europa y la irrupción del virus del mono, los ciudadanos se han puesto en ‘modo alerta’ y no se sorprenderían si se produjera una invasión alienígena en este escenario donde la incertidumbre manda. El ser humano en esta situación de estrés reacciona de forma irracional, e inconscientemente trata de volver a lo que considera orden anterior o lo que los estados y gobiernos señalan como tal. La sumisión colectiva en aras de esa vuelta a la normalidad -¿les suena?- es el objetivo de los políticos, que encuentran en el miedo un instrumento para perpetuarse en cargos y poltronas.

El otoño nos lo pintan apocalíptico. Ojalá se equivoquen en sus predicciones los gurús. Solo espero que los medios de comunicación sigan cumpliendo esa función de tábano que pica al caballo de la sociedad para mantenerla alerta y crítica sobre lo que se avecina. Sin duda hay razones para estar prevenidos por lo que pueda venir, pero ojo sin sacar las cosas de quicio. Si nos insertamos en la negatividad no podremos salir de esta anomia que está siendo más larga que un día sin pan.