El Periódico Extremadura

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Enrique Pérez Romero

Nueva sociedad, nueva política

Enrique Pérez Romero

Suecia, Italia y lo que queda

Desde el final de la Guerra Fría (aunque las raíces se hundían más atrás) tanto la izquierda como la derecha clásicas fueron renunciando a casi todos sus principios

Lo peor no es la ignorancia. Lo peor es no querer aprender. Y de todas las causas por las que alguien no querría aprender, la más nociva es rechazar los cambios que conlleva el aprendizaje. La consecuencia es encerrarse mentalmente en una realidad que no existe.

Esta es la única forma de explicar la incapacidad de las élites políticas, sindicales, mediáticas y económicas para adecuar la gestión de la sociedad a las necesidades de esa sociedad realmente existente. Con el agravante de que, en su caso, este «negacionismo social» les reporta pingües beneficios, en forma de recursos transferidos de las cuentas corrientes de los trabajadores a las suyas. 

Hace ya más de una década que la realidad sociopolítica viene cambiando vertiginosamente. Las recientes victorias de los partidos más a la derecha en Suecia e Italia ya no permiten creer que nuestras élites, por muy torpes que las consideremos -que lo son- no comprenden nada por ignorancia. Es imposible no contemplar la mala fe: se han instalado en el negacionismo de la realidad porque salir de él y aprender, les obligaría, en primer lugar, a irse a su casa. 

Desde el final de la Guerra Fría (aunque las raíces se hundían más atrás) tanto la izquierda como la derecha clásicas fueron renunciando a casi todos sus principios -la izquierda a muchos más- para defender conjuntamente un único sistema posible. Ese sistema se basaba en un pacto implícito (es decir, oculto), pero muy claro para quien sepa leer y haya leído: la izquierda asumía el orden neoliberal renunciando al control de la economía -que es la madre del cordero-, y la derecha toleraba algunos principios mínimos del estado de bienestar para que el rebaño no se desmandara. 

De ahí ha surgido todo el orden internacional contemporáneo y, como consecuencia, la mayoría de los sistemas políticos nacionales occidentales. El mejor ejemplo de ello es la llamada «gran coalición» alemana, donde la derecha y la izquierda clásicas, de forma más o menos evidente, gobiernan juntas hace décadas. 

Esta idea podría haber sido exitosa si se hubiera ejecutado con inteligencia, eficacia y, sobre todo, con sensibilidad social. Pero lo cierto es que la desigualdad no ha dejado de crecer, la ciudadanía ha perdido casi por completo el control democrático de sus sociedades y, como consecuencia, la inestabilidad económica y política se ha hecho endémica. 

Quienes no entiendan lo ocurrido en Italia, deben estudiar un poco sobre la profunda corrupción de la política

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A cambio, lo único capaz de ofrecer este pacto entre viejas izquierdas y viejas derechas es una supuesta libertad que no es tal. Bajo el anzuelo de votar cada cuatro años y de poder elegir productos en el gran mercado mundial de la cultura de masas y el consumo, se esconde la dictadura de partitocracias formadas por élites que sirven a regímenes extranjeros (Estados Unidos, en último término) y en las que no existe posibilidad alguna de cambio real.

¿Por qué el éxito de los partidos de extrema derecha en buena parte de Europa? Porque han sido los primeros en denunciar esto, bajo su óptica ideológica, y en proponer nuevos órdenes iliberales. La izquierda no puede competir con ella porque, sencillamente, no tiene proyecto alternativo, es completamente sistémica dentro de un sistema decadente y en destrucción. Por eso no puede huir ni de la decadencia ni de la destrucción. 

Quienes no entiendan lo ocurrido en Italia el pasado domingo, deben estudiar un poco sobre la profunda corrupción de la clase política italiana destapada ya en los noventa, sobre la práctica desaparición de la izquierda hace casi dos décadas y sobre cómo esa rancia partitocracia ha abierto camino a cualquier opción política que rompa con el pasado. 

Quienes no entiendan lo ocurrido en Suecia pocos días antes lo tienen más fácil. Solo tienen que ver «La teoría sueca del amor» (Erik Gandini, 2015), un documental que explica cómo la socialdemocracia sueca -la más prestigiosa del mundo- ha convertido el país en un infierno liberal e individualista donde los ancianos se mueren solos en casa, las mujeres no quieren tener hijos con los hombres y los hijos no quieren saber nada de sus padres. 

Y así, por cada desastre político que acontece en nuestro tiempo, hay un aprendizaje que hacer. Pero para hacerlo hay que saber hacerlo y, lo que es mucho más importante, querer hacerlo. 

* El autor es Licenciado en CC. de la Información.

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