Opinión

Sistema sanitario

Casi siempre ocurre que cada cual arrima el ascua a su sardina, de tal modo que, al final, por la cortedad de miras de unos y otros, los problemas acaban enquistándose

La siempre crispada discusión política nacional suele provocar que, en nuestro país, se acaben abordando los problemas capitales con una responsabilidad minúscula. Casi siempre ocurre que cada cual arrima el ascua a su sardina, de tal modo que, al final, por la cortedad de miras de unos y otros, los problemas acaban enquistándose. A menudo, nos encontramos con que un mismo partido político, en la oposición, adjudica al adversario la responsabilidad de un problema concreto y que esa misma formación política, en otra autonomía en la que gobierna, niega la existencia del mismo problema que achaca a sus adversarios en la otra región. En resumen podríamos decir que insultan la inteligencia de la ciudadanía y que hacen poco por abordar los problemas con una perspectiva amplia y realista, para que se puedan resolver en todas las regiones, independientemente de qué siglas las gobiernen. Uno de los asuntos en liza tiene que ver con un sistema sanitario sobre el que políticos de todos los colores presumen cual pavos reales. Lo hacen comparándonos con otros países, y destacan la calidad, universalidad y gratuidad de un sistema que, por otra parte, sufragamos entre todos con nuestros impuestos. Pero no pueden hacerlo con igual arrogancia retrotrayéndose a etapas anteriores en que las listas de espera eran más cortas, su gestión, más ágil, y el número de profesionales, y el tiempo que podían dedicar a cada paciente, infinitamente superiores. 

La pandemia hizo saltar las costuras del sistema, aun cuando los sanitarios realizaron un inmenso esfuerzo por remendar los quiebros y zurcir los desgarros que se fueron abriendo. Y quedó más que patente la necesidad de abandonar la inercia, de hacer cambios en el sistema, de actualizarlo, de repensarlo, de invertir en su modernización, de consolidar los puestos de trabajo, de estabilizar la situación de los profesionales, de gestionar de un modo más eficiente los recursos, de buscar fórmulas para atraer el talento que marchó más allá de nuestras fronteras y de formar, en un tiempo razonable, a un número de sanitarios suficientes para que los pacientes no queden desasistidos o tengan que sufrir periodos de espera inasumibles. Si el sistema resiste raído es por la valía, el pundonor, los sacrificios y el aguante de los profesionales del sector y por el estoicismo de los pacientes. Pero la responsabilidad de implementación de las reformas corresponde a la clase dirigente. 

Si los políticos siguen ensimismados en la autocomplacencia o tratando de minar a sus oponentes con la sanidad como excusa, los pilares del sistema quebrarán y la edificación, que tanto costó levantar, se derrumbará por completo. Luego, solo quedará recoger los cascotes. Y no les quepa duda de que a los responsables del desaguisado no les faltará la asistencia sanitaria que, con su incompetencia y egoísmo, van camino de hurtarle al conjunto de la ciudadanía.

* Diplomado en Magisterio

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