Opinión | Con permiso de mi padre
Esa cosa de su naturaleza
Se ha despertado con esa extraña sensación en el cuerpo, una especie de hormigueo que no por conocido le resulta indiferente. «A ver si va a ser otra vez dolor de tripa…», se ha dicho antes de levantarse de la cama. Pero no, nada más poner un pie en el suelo lo ha identificado. «Ah, es que hoy me autopercibo Reina de Inglaterra», ha reconocido, al tiempo que se ha extrañado de no encontrar el desayuno en una bandeja de plata junto a su lecho.
«Qué inutilidad de servicio --ha pensado para sí--, que no tiene mis deseos a punto antes de levantarme. Pediré que despidan a alguien, que lo destierren a trabajos forzados en las colonias de Ultramar. Esto es intolerable».
Lo ha pensado en un perfecto español, porque ser cabeza coronada del imperio británico te permite expresarte en la lengua que elijas, faltaría más.
Hoy no va a ponerse la capa de armiño, porque es julio en Ciudad Real y lo desaconseja el clima por mucha majestad que una sea, así que se ha conformado con una camiseta con lentejuelas, unas bermudas de Coronel Tapioca y unas sandalias doradas de su hermana que le van un poco justas, pero que realzan sus pantorrillas.
La majestuosidad se expresa en los detalles, así que se ha colocado la diadema plateada sobre la cabeza y ha salido al salón, donde su madre al verlo aparecer ha realizado una pequeña reverencia.
Su padre se está tomando un café sentado en la mesa de la cocina.
--Manuel, se ha despertado la reina, déjale el sitio para desayunar.
--Lourdes, no me toques los huevos, que anoche tuve turno doble con el taxi y estoy baldao. Si el niño quiere desayunar que se espere a que acabe. Lo prefiero cuando se autopercibe alienígena y al menos no sale de su cuarto, no da la tabarra y no entiendo lo que dice.
--Es que no tienes sensibilidad, Manuel, hay que aceptar al crío se sienta como se sienta, que no es un capricho, es una cosa de su naturaleza.
Al final la reina ha desayunado en el balcón con vistas a la calle por la que pululan unos súbditos indiferentes a su suerte, porque de haberse despertado percibiéndose emperador inca estaría exigiendo sacrificios humanos y que la sangre corriese por las calles de la ciudad.
Recuerda el día en el que se sabía modelo de Victoria’s Secret y las caras de estupor de los vecinos cuando bajó a la compra con un liguero morado y un picardías de encaje. «Todo es la envidia, cariño, esta gente no te comprende».
A las once llaman del taller: Javier, está usted despedido; no se pueden aguantar tantos días de baja, unos por dolores menstruales, otros por la gira de conciertos, o porque los unicornios no fichan porque no entienden de horarios.
--No pasa nada, cariño, --le ha consolado su madre. Pediremos una subvención cuando te percibas madre soltera sin recursos, y otra por inmigrante sirio sin papeles, y esto se soluciona en un pispás.
Y Javier se ha vuelto a su habitación a tumbarse en su cama y a pensar qué hacer con las colonias que se le están sublevando allende los mares.
*Periodista @merbaronam
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