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Cursos de Kalashnikov

¿Para qué diablos sirve hablar de civismo y derechos humanos en mitad de una guerra?

Cursos de Kalashnikov.

Cursos de Kalashnikov. / El Periódico

Víctor Bermúdez

Víctor Bermúdez

A principios de este mes se celebraba el comienzo del curso escolar en Ucrania. Se entiende que en las escuelas aún no destrozadas por la guerra. Ya saben que el criterio para elegir colegio no es allí el ambiente o la calidad de los profesores, sino que el centro cuente o no con refugio antiaéreo. En esos colegios-refugio los estudiantes escuchan dos tipos de sirenas: las de las clases y las que advierten de un misil; tienen dos mochilas: la de los libros y la de emergencia para llevar al refugio; y viven dos vidas: la inmediata, que es infernal, y la otra, la civilizada, que es la que sus profesores intentan por todos los medios que no olviden.  

Conocí hace unos meses a algunos de esos profesores ucranianos. Y me sorprendió la vehemencia con la que defendían públicamente la importancia de la formación en valores democráticos y derechos humanos. ¿Educar a los niños en el respeto a los derechos humanos y en valores democráticos en mitad de una guerra sin cuartel? Si a mí me sonaba extraño, ¿cómo les sonaría a los estudiantes de Kiev o Járkov que han perdido a padres, amigos o compañeros? 

Nada que ver, desde luego, con lo que hacen en las escuelas rusas. Allí, en lugar de valores cívicos y democráticos, los estudiantes de secundaria aprenden a utilizar rifles de asalto, pistolas, granadas y drones. El gobierno ha promovido también una revisión concienzuda de los manuales de Historia, para que en ellos se exalte más aún la grandeza de Rusia, la necesidad de sacrificarse por la patria y la perfidia de Occidente y de sus valores. Ambas cosas, el entrenamiento militar y el adoctrinamiento ultranacionalista, compondrán el próximo curso una asignatura bien dotada de horas, llamada «Fundamentos de Seguridad y Defensa de la Patria», que será impartida por veteranos de guerra… 

No sé qué pensarán ustedes, pero dado como están las cosas, a cualquiera le surge la duda: ¿no será el tipo de educación escolar rusa más coherente y efectivo que el que pretenden esos ingenuos profesores ucranianos? ¿Para qué diablos sirve hablar de civismo y derechos humanos en mitad de una guerra? ¿Qué sentido tiene formar ciudadanos críticos cuando lo que más se necesita son soldados obedientes? 

No son preguntas fáciles de responder. Es cierto que los principios éticos que inspiran los derechos humanos pueden servir de motivación para combatir – justamente para defenderlos –, pero para pelear con eficacia tal vez convenga olvidarse de ellos (cuanto menos civismo y respeto por esos derechos tenga un soldado en combate tanto más eficaz será). Por otro lado, los combatientes rusos también tienen principios y valores – la grandeza de Rusia, sus sagradas tradiciones, etc. – transmitidos igualmente por la escuela y no menos poderosos para empujar a la lucha. 

¿Entonces? ¿Valdrá la pena seguir enseñando a los niños y niñas ucranianos (y de otras partes del mundo) los valores que sustentan la convivencia pacífica y las libertades democráticas? Yo estoy convencido de que sí, aunque no sea sencillo comprender las razones. Allá van algunas. 

La primera es que educar a la población en la guerra y los mitos nacionales, robando tiempo y recursos para hacerlo en valores cívicos o conocimiento crítico, es una apuesta errónea a medio y largo plazo, a no ser que hablemos de una sociedad guerrera, cosa que hoy por hoy no parece que haya (ni Rusia ni ningún otro país viven hoy de hacer la guerra). Las guerras parecen, de hecho, un «negocio» cada vez más infrecuente y ruinoso. Ucrania acierta, pues, al seguir educando a sus ciudadanos en los parámetros de una sociedad abierta y civilizada, en lugar de en los valores y prácticas de un cuartel. 

La segunda razón es que los valores tradicionales y ultranacionalistas que se empeñan en transmitir Putin y otros jerarcas populistas son opuestos (de hecho, son una reacción) a los valores modernos y cosmopolitas que rigen nuestro mundo global. Y esta globalización cultural, propiciada por el mercado, la tecnociencia y los medios de comunicación, es ya irreversible, por lo que toda sociedad empeñada en oponerse a ella está irremediablemente condenada al fracaso. 

La tercera razón que se me ocurre es menos utilitarista, y como diría algún filósofo, más puramente ética: la civilización, la cultura de la palabra y de las razones es objetivamente mejor que la cultura de la violencia y las emociones patrias. Y lo es porque promueve un nivel de conciencia y, por tanto, de libertad y solidaridad universal, más adecuado para la realización plena de la naturaleza humana. La libertad, o la solidaridad con quienes no comparten ADN, grupo de referencia o intereses materiales, son, de hecho, características distintivas de la humanidad; la violencia y los sentimientos particulares de pertenencia son, en cambio, rasgos biológicos de lo más común. 

*Profesor y miembro de la Red de Asesores de Política Educativa del Consejo de Europa

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