Espectráculos

50 años

Para una familia con pocos recursos puede ser factible enviar a la hija a estudiar a Cáceres o Badajoz, pero no a Sevilla

Mario Martín Gijón

Mario Martín Gijón

Este martes pasado tuvo lugar, en el paraninfo del campus universitario de Badajoz, un acto solemne para conmemorar el medio siglo desde la fundación de la Universidad de Extremadura. Era lo previsible, que fuera en Badajoz, pues en esto, como en casi todo, Cáceres se ha ido dejando comer la tostada para protestar cuando ya es demasiado tarde. Recuerdo que, cuando empecé a corregir selectividad, los exámenes se entregaban y devolvían en dos sedes, Cáceres y Badajoz. Un buen día se dijo que se había decidido centralizar el proceso, y por supuesto hacerlo en Badajoz. Ahora en cada convocatoria hay que desplazarse tres veces como mínimo, a veces cuatro, a Badajoz, mientras que los pacenses no necesitan pisar Cáceres. Hubiera podido hacerse en años alternos, o incluso dos años Badajoz y uno Cáceres, pero no. Aquí la gente traga y luego le rezuma la amargura. Pues no haber tragado. 

Protesta localista (pero creo que justificada) aparte, no se puede negar que era una ocasión para celebrar porque, aunque con sus luces y sombras, la historia de la Uex es una historia de éxito y un logro fundamental para la región. En esta tierra donde la empresa privada apenas invierte en investigación, y no digamos en cultura, la Universidad ha sido la principal impulsora de conocimiento de nuestra tierra en todos los ámbitos, desde lo científico a lo letrado. Imaginemos cómo sería el panorama si nuestra región aún no dispusiera de universidad. Muchos jóvenes ni siquiera estudiarían, pues para una familia con pocos recursos que viva, digamos, en Puebla de la Calzada, puede ser factible enviar a la hija a estudiar a Cáceres o Badajoz, pero no a Sevilla, Granada o Salamanca. Y cuando uno escucha a gente ya algo mayor recordar los inicios de la Universidad de Extremadura, casi dan ganas de haber vivido esa época de ilusión y épica, de reivindicaciones más que justas que lograron cumplirse. 

Es cierto que, aquí, la queja justificada convive con la exageración, la mala leche y el catastrofismo. No hace mucho, salió una noticia de que la Uex estaba entre las 600 mejores del mundo, y los comentarios oscilaban entre lo plañidero y el recochineo. Un ignorante preguntaba, sarcástico, qué cuántas había en el mundo, que si serían 700, o que si superábamos a las universidades de Zambia o Tanzania. Resulta que en el mundo hay unas 25.000 universidades, y que la extremeña supera, en calidad de la enseñanza y la investigación, a otras universidades españolas que la doblan en presupuesto.

La mayoría de los problemas que tiene nuestra universidad son comunes a otras hermanas suyas. Podemos lamentarnos de que haya muchos extremeños que optan por estudiar en Salamanca o en Sevilla, porque les caiga más cerca o por huir del nido paterno. Pero lo mismo ocurre con muchos aragoneses y baleares que se van a estudiar a Barcelona en lugar de hacerlo en Mallorca o Zaragoza. Y en Salamanca estudian muchos asturianos y gallegos que podrían hacerlo en Oviedo o Santiago de Compostela.

Hay cosas sin duda que se pudieron hacer mejor. Ya otras veces he lamentado que, en Cáceres, se trasladara la universidad a un campus que casi parecía descampado, teniendo tanto edificio histórico en el que podía dar gusto ir a clase, como se envanece un profesor de Salamanca que conozco de enseñar en el Palacio de Anaya («todavía hay clases», dice) y, ya que se hizo así, no dotar al campus de mejores infraestructuras y servicios. Tampoco se entiende que en una facultad llamada de Filosofía y Letras nunca se haya impartido la carrera de Filosofía. Me contaban unas alumnas, que colaboraron altruistamente en la Feria Educativa, que les vinieron al menos tres muchachos que querían estudiar Filosofía, y que se marcharon cabizbajos al saber que no era posible hacerlo en Extremadura.

* Escritor

Suscríbete para seguir leyendo