Opinión | Es decir

¿Quién teme a Yolanda Díaz?

La ministra Yolanda Díaz.

La ministra Yolanda Díaz. / EL PERIÓDICO

Existe un interés generalizado por el fracaso de Yolanda Díaz. Se puede entender desde la derecha, en tanto que comunista declarada y ministra de Trabajo de un gobierno socialista, ya que todo el mundo sabe que Jorge Semprún, por ejemplo, nunca fue ministro de Cultura de un gobierno socialista, siendo comunista. El problema es que se entiende también desde la izquierda (bien es verdad que la izquierda frívola), en tanto que sindicalista con elevadas aspiraciones políticas que vive en La Castellana, cuando es sabido que los sindicalistas deben vivir debajo de un puente.

En serio, se puede entender el interés de la derecha, puesto que Díaz alivió a Sánchez del ala izquierdista del Gobierno, entendiendo por ala izquierdista no solo el partido Podemos, sino una concepción política todavía enajenada por el “autenticismo” de la izquierda, sea eso lo que sea. (Como si no hubieran existido nunca gulags, valdría decir.) Díaz, que había llegado al Gobierno en sociedad con ese izquierdismo y llevando de la mano a Alberto Garzón (el que imperdonablemente desmanteló Izquierda Unida, Cayo Lara se lo perdone), dejaría después sin Sumar a quienes no podían ir con Sumar porque Sumar era la elección de Sánchez. A la calle la ranciedad.

Así sí ha podido Sánchez ir luego a la Unión Europea o a Naciones Unidas con el Estado palestino en la agenda, por ejemplo, sin que nadie del Gobierno dijera Gaza sin saber lo que decía, desde Sira Rego, ministra de Juventud e Infancia, hasta Ernest Urtasun, ministro de Cultura (y de Descolonización Cultural, habría que añadir, pero eso otro día). Sin embargo, la utilidad de Díaz, de la cual Díaz no parece ser consciente (utilidad Kleenex), fue también clave para que la opinión pública se concienciara de que Sánchez iba a intentar con Junts al menos la investidura: Díaz fue a Bruselas a hablar, fotografiarse y sonreír con Puigdemont. Habría negociaciones.

O sea que la derecha sí tiene interés por el fracaso de Díaz, al inutilizarle dos argumentos extraordinariamente útiles si se sabe hacer oposición: Díaz no solo le desmontó a Sánchez, pieza a pieza, el frankensteinismo que tuvo que montar con los socios con los que se asoció para ser presidente, sino que además ha puesto la cara para que se supiera que el Gobierno negociaría con el independentismo más difícil (y no hay ninguno fácil, pese al rostro bonachón de Andoni Ortuzar). Ahora bien, ¿y la izquierda, qué interés? ¿Qué interés tendría la izquierda en el fracaso de Díaz, más allá del achique de Podemos, agua estancada, y el levantamiento de Irene Montero?

Se llega aquí a ese punto en que los hechos se juzgan por la reputación en vez de la reputación por los hechos, como diría Hitchens. Y, para la izquierda, los hechos de Díaz son, frívolamente, boutiques, peluquerías, joyerías, zapaterías y tratamientos estéticos. Y algo más sutil: sugerir que existe un interés general por el fracaso de Díaz para que el fracaso de Díaz exista porque es de interés general.

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