Opinión | Textamentos
Tom Ripley ha vuelto
La serie de Netflix o defraudará a ese espectador capaz de paladear un cine de calidad que apuesta por la mirada intimista en detrimento de la acción y la palabra
El Tom Ripley de Patricia Highsmith ha vuelto. Aunque, bien mirado, nunca se fue desde que la gran autora norteamericana publicara en 1955 El talento de Mr. Ripley, primer título de una serie de novelas sobre este estafador y asesino que han acabado por seducir a varias generaciones de lectores. Prueba de su inmortalidad, Tom Ripley ha sido llevado al cine en numerosas ocasiones, interpretado por actores como Alain Delon, Matt Damon, Bruno Ganzo John Malkovich.
Si decía que Tom Ripley ha vuelto es por Ripley, de Steven Zaillian, disponible en Netflix desde el 4 de abril. Director de la excelente miniserie The Night of y guionista de La lista de Schindler, Zaillian nos ofrece un producto muy personal, diferente a las anteriores versiones, con una magnífica fotografía en blanco y negro (de Robert Elswit) y un exquisito gusto por los detalles y los silencios.
Ripley no defraudará a ese espectador capaz de paladear un cine de calidad que apuesta por la mirada intimista, cargada de metáforas sutiles, en detrimento de la acción y la palabra
En estos ocho capítulos, con Andrew Scott como actor principal, revivimos una vez más la historia original de Highsmith en la que un estafador profesional acepta el encargo de un millonario para traer de vuelta a casa a Dickie Greenleaf, su diletante hijo, aficionado a la pintura, que vive en Italia. Lo demás es una exhibición visual de ritmo muy pausado –algunos espectadores podrán encontrarlo soporífera– en la que los (pocos) personajes interaccionan entre sí con diálogos muy breves pero elocuentes, y donde la trama se va hilvanando sin prisa pero sin pausa alrededor de un villano que carece de normas éticas o morales y que, al contrario de su amigo Dickie, no conoce otro arte que el de la mentira.
Ripley no defraudará a ese espectador capaz de paladear un cine de calidad que apuesta por la mirada intimista, cargada de metáforas sutiles, en detrimento de la acción y la palabra. Un espectador, en definitiva, a quien le asista la paciencia y acepte una cocción lenta con recompensa final.n
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