La poesía siempre ha sido tremendamente útil. No sé si como arma cargada de futuro, quedecía Celaya, o como instrumento para cargar de futuro a las armas, como se muestra en la antología de poemas que, según el diario hebreo Haaretz, han publicado las Fuerzas Armadas israelíes para motivar a la tropa, insuflándoles poéticamente deseos de venganza y justicia bíblica.
¿Es censurable que se utilice la poesía para legitimar la guerra o el fanatismo religioso? Antes de responder a la ligera conviene recordar que la poesía occidental se gestó en torno a las gestas bélicas de aqueos y troyanos; y que el fragor de las batallas, muchas religiosas, o la glorificación de guerreros y mártires, han sido tema universal de versos, pinturas, sinfonías u obras teatrales.
De hecho, podríamos decir que el orbe estético en general – y no solo la poesía – nace, crece y se desarrolla como instrumento de dominación al servicio de los protagonistas y beneficiarios de las guerras (sacerdotes, reyes, oligarcas…). Al fin, el arte ha sido casi siempre un rito político o litúrgico, un oficio cortesano, un negociado de la Iglesia o el Estado al servicio de la ideología dominante (o de una entretenida y catártica inversión ficticia de la misma para recreo programado de quienes la sufren).
¿Es censurable que se utilice la poesía para legitimar la guerra o el fanatismo religioso? Antes de responder a la ligera conviene recordar que la poesía occidental se gestó en torno a las gestas bélicas de aqueos y troyanos; y que el fragor de las batallas, muchas religiosas, o la glorificación de guerreros y mártires, han sido tema universal de versos, pinturas, sinfonías u obras teatrales
¿Y hoy? ¿Sigue siendo la poesía un arma de alienación masiva? Ni lo duden. Y no solo por el caso comentado del ejército israelí (que no es excepción: no hay cuerpo armado que no tenga su antología de himnos, canciones patrióticas y rimas enervantes para mejor matar y morir); la ficción estética sigue siendo el modo más seductor para convencer, conformar y «liberar» de ese modo vicario y ficticio que tanto interesa a los poderosos.
Cierto que la verdadera poesía, la que conserva su función política y social, ya no suele construirse con hexámetros o endecasílabos, sino con las imágenes, ritmos, recursos y efectos del universo audiovisual. Pero es lo mismo: sea en la voz del rapsoda, grabada en tinta o proyectada en una pantalla en forma de serie, videoclip, perorata de influencer u homilía de estrella mediática, el efecto conformador es fundamentalmente idéntico.
Y desengañémonos: no hay una poesía – ni un arte – efectivamente inconformista, ni dentro ni fuera de los medios. ‘Fuera’, porque allí nada existe; tampoco esa poesía libresca y onanista, marca de prestigio para los vástagos sensibles de la burguesía, y que ya nadie lee. Y ‘dentro’, porque, como decíamos, todo estética de la subversión es mera subversión estética, destinada, como todo en arte, a producir ilusiones, incluyendo aquella por la que los más entusiastas creemos romper el espejo de la cuarta pared y remover durante más de un imaginario instante los cimientos ocultos del escenario.n