Opinión | Con permiso de mi padre

Viene la ola

Hay propietarios que no encuentran medieros para las campañas

Hay realidades que no queremos enfrentar por incómodas, porque nos remueven o nos hacen actuar, así que preferimos ser como los monos del santuario de Toshogu: ni ver, ni oír ni hablar. Lo que ocurre es que la realidad es tozuda y se empeña en que la vida siga adelante aunque tú mires hacia otro lado, y al final la ola te arrolla por mucho que te pongas de espaldas al mar. El campo español se muere; no voy a entrar en análisis sobre el resto de Europa, en situación similar, porque en este caso lo que me duele, y mucho, es mi tierra. Cada vez hay menos personas explotando el campo, plantando para obtener alimentos, cuidando ganado; resulta casi imposible saber de alguien que quiera dedicarse a labores como la siega, el pastoreo, la recogida de fruta…

Conozco ya a varios propietarios que no encuentran ni siquiera medieros para hacerse sacar adelante las campañas: es decir, ni dando el 50% de la producción hay personal para hacerse cargo de ello. Está sucediendo, por ejemplo, con la cereza en el Valle del Jerte.

Respecto al ganado, si no tienes una macro granja, no compensa: miles de papeles, trabas, exigencias… así que para diez vacas cierro el chiringuito y se acabó.

Es posible que crean que exagero, porque, a pesar de los cada vez más elevados precios de los alimentos, sigue habiendo abastecimiento de todo, no hay escasez de nada elemental. Pero lo cierto es que se están arrancando cientos de hectáreas de suelo productivo para sustituir vides, pastos o huertos por placas solares o generadores eólicos. Es lógico: se llega a pagar hasta el triple del dinero que sacarías trabajando el suelo simplemente por ceder la tierra durante 25 años y olvidarte de ella. Además, los incentivos europeos, camuflados tras el falso buenismo de la Agenda 2030, premian a quienes dejan de cultivar o tener ganado. La Naturaleza a su bola. Y claro, poner la mano y cobrar sin preocuparse de si llueve o deja de llover, de si suben los precios del pienso o de si se pagan baratos los cochinos, es un descanso. Porque lo otro, además de ser una ruleta rusa, se está poniendo cada vez más cuesta arriba gracias a unos y a otros.

Y lo sentiremos, ya lo verán, cuando en unos años todo nos venga de Marruecos, o de China, o de Pakistán, cuando dependamos completamente de mercados exteriores y hayamos regalado nuestra soberanía alimentaria. Seremos, eso sí, el patio de recreo al que vienen los extranjeros a tomar el sol y beber sangría. Y poco más, porque a este paso hasta el arroz de la paella será de Túnez.

Periodista

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