«Sabía que existía Cáritas y que ayudaba a la gente, pero ahora que estoy dentro veo su importancia. Gracias a ellos estoy vivo, sin su ayuda, estaría muerto o en la cárcel».

Son palabras de Edward King, un sudafricano de 48 años, sin familia, que con 11 salió de su país de polizón en un barco y llegó a España en 1989. Desde Barcelona viajó a Valencia, León, Valladolid, Salamanca... Padece un linfoma de Burkitt y solo en una ocasión ha obtenido la «tarjeta roja» que le identificaba como persona, lo que le permitió encontrar un trabajo como ayudante de cocina y estudiar ebanistería artística en Salamanca.

Pero pidió el asilo por razones humanitarias y se lo denegaron, con lo que se quedó sin documentación y «tuve que dejar de trabajar y de estudiar». Su desesperación por la situación le llevó a pedir a una doctora «que no me curara porque me quería morir». Y es que, cada vez que le sorprendían y no tenía papeles, «me metían en la cárcel».

Se fue a vivir a Villanueva de la Vera con una conocida, pero por su situación irregular tuvo que marcharse y, a pie y haciento autoestop, llegó a Plasencia.

En un banco estaba sin saber qué hacer cuando una señora le preguntó qué le pasaba y le acompañó a Cáritas. No la ha vuelto a ver, pero en la institución le han acogido cual embajada y en el CAT estará «hasta que seamos capaces de solucionar su problema. Vamos a seguir los pasos en la administración para que pueda tener unos papeles», garantiza su director, Ángel Custodio.

Lo único que Edwuard quiere es «tener una vida normal, como cualquier persona».