El infravalorado sector primario continúa sufriendo humillaciones.

Esta eterna lucha del campo por el reconocimiento a su verdadero y más amplio valor se ha instaurado con el paso del tiempo volviéndose costumbre, mientras agoniza convertida en un mal menor para quienes han olvidado su verdadera y ancestral importancia, como base primaria de la existencia de la especie humana y principal motor de la actividad económica de los pueblos.

Los tabaqueros del norte de la región, entre otros, junto a los representantes de las organizaciones agrarias, están llevando a cabo movilizaciones con manifestaciones multitudinarias a las puertas de las transformadoras en La Vera y el Campo Arañuelo, con el fin de reclamar precios dignos para su cosecha de cultivo de tabaco de la zona. Pero solo están abriendo el camino a otras ya convocadas por agricultores y ganaderos para el próximo mes de diciembre a nivel nacional y que coincidirán con las anunciadas por los transportistas, víctimas también del sistema, con quienes comparten reivindicaciones.

Y es que las escasas mejoras en el sector a lo largo de su historia han tenido una casi imperceptible repercusión, sin embargo, los perjuicios son tan graves que les están llevando al abandono del cultivo en demasiados casos y a la búsqueda de alternativas difíciles de encontrar en el mundo rural. Siempre damnificados, de nuevo están padeciendo el incremento de sus gastos y la merma de sus beneficios. Mientras las condiciones para producir y obtener la mayor optimización en el rendimiento de sus plantaciones se ve afectada por las limitaciones del uso de fitosanitarios adecuados que no dañen el medio ambiente. Lo que les avoca a preferir quemar o tirar la recolección, a malvenderla o regalar su trabajo a quienes más beneficios obtienen de ellos.

Como agricultora durante unos años, nieta, hija y hermana de agricultores, he tenido la oportunidad de descubrir, por mí misma y a través de ellos, la importancia de poseer un trozo de tierra propia, como medio esencial garante de la supervivencia básica humana. Pero si hasta Scarlett O’hara, en Lo que el viento se llevó, tras muchas vicisitudes, reconoce la imperiosa necesidad de recuperar Tara y empuñando su tierra roja pone a Dios por testigo de que jamás volverá a pasar hambre.

¿Acaso haya que llegar a esto para tomar conciencia?, cuando hoy ya se ha olvidado quiénes aliviaron el aciago confinamiento pandémico y tantas ocasiones más. Como se pare el campo, se muere el mundo.