Las autoridades británicas libran desde el viernes una carrera contrarreloj para evitar la propagación de una nueva epidemia de fiebre aftosa. El virus ha retornado al Reino Unido tras causar en el 2001 una catástrofe que obligó a sacrificar a 10 millones animales y que se saldó con pérdidas de 12.000 millones de euros. La alarma sonó al detectarse la enfermedad en 60 bovinos de una granja del Wanborough, en el condado de Surrey, al sur de Inglaterra.

Tras sacrificar ayer a los animales, el desplazamiento de ganado ha quedado prohibido en todo el territorio británico. En torno a la explotación afectada se ha fijado una zona de exclusión de tres kilómetros y otra aún más amplia de vigilancia de 10 kilómetros. Además, las autoridades han decidido suspender de forma voluntaria las exportaciones de animales, así como la de carne y leche, una medida que presumiblemente la Unión Europea adoptará el próximo lunes. EEUU, Francia y Japón ya han vetado la importación.

Cuando apenas llevaba un día de vacaciones en la región de Dorset, el primer ministro, Gordon Brown, ha regresado precipitadamente a Londres para dirigir las operaciones del comité de emergencia nacional. "Estamos haciendo todo lo posible para tener inmediatamente los resultados de las pruebas científicas, de tal manera que podamos saber en cuestión de horas o de días lo que ha pasado y entonces actuar", declaró ayer el primer, quien dijo comprender la inquietud de la comunidad rural. "Las palabras fiebre aftosa provocan un escalofrío en cada granjero del país", dijo Tim Bonner, de la confederación Countryside Alliance.