TAtntes solía tomarme el primer café del día acompañada de las noticias del telediario. A las horas en que me levanto, mientras algunas cadenas siguen con telenovelas o vendiendo escobas y peladores mágicos, otras empiezan a ofrecer la realidad del día. Había lunes que empezaban desgranando crímenes y viernes que ponían un broche de sangre a la semana. Me cambié de cadena porque el café acababa enfriándose de puro horror, y luego era difícil desprenderse de la sensación de espanto con que había amanecido. Probé a endulzar el pan tostado con dibujos, pero un niño japonés se empeñaba en enseñarme el culo y una ya va estando mayor para los lunnis. Menos mal que descubrí la programación tempranera de Canal Extremadura. A esas horas, se emiten breves grabaciones sobre nuestros pueblos, imágenes lentas que no son perturbadas por una voz que diga marco incomparable o recóndito paraje. Van acompañadas por una música suave y por pocos subtítulos que informan del nombre del pueblo, sus habitantes o alguna característica. Causa un placer antiguo notar en la boca el sabor amargo del café caliente mientras recorres Higuera, Almoharín o Retamal de Llerena. Son pueblos pequeños, algunos de cien habitantes o incluso menos. Las imágenes muestran cielos nublados, plazas vacías, tiestos en las ventanas, iglesias enormes, callejones de piedra, vestigios de una tranquilidad lejana. Dan ganas de perderse, alejarse de todo y acabar paseando esos lugares donde todavía se escucha el rumor del agua. Luego, apuras el café, y empiezas la mañana, con la certidumbre de que otros mundos son posibles, y encima se encuentran aquí al lado.