Habemus Papam , sí. Y no un papa cualquiera. Las campanas de todas las iglesias de Roma y decenas de miles de fieles enfervorizados en la abarrotada plaza de San Pedro daban anoche una emotiva y entusiasta bienvenida a Jorge Mario Bergoglio, el primer americano (también el primer no europeo) de la historia al timón de la barca de Pedro.

El hasta ahora arzobispo emérito de Buenos Aires, de 76 años, no estaba esta vez entre los principales favoritos. Sí lo estuvo en el cónclave anterior, en que aglutinó el voto del sector progresista, encabezado por el cardenal Carlo Maria Martini, y se dice que fue el segundo más votado, por detrás de Ratzinger. También se dijo que había dicho que no aceptaría. Su condición de jesuita tampoco le situaba en las quinielas. Un Papa jesuita tampoco tiene precedentes. De hecho, los jesuitas tienen un voto específico de obediencia al Papa, fruto de la azarosa historia de la relación entre la poderosa Compañía de Jesús y los pontífices.

Hijo de emigrantes italianos (su padre era ferroviario), estudió para técnico químico, pero a los 21 años decidió convertirse en sacerdote e inició su carrera en la orden. Entró en el noviciado de la Compañía de Jesús, estudió humanidades en Chile y luego se licenció en filosofía y teología en Argentina.

Bergoglio fue nombrado provincial en 1973, arzobispo de Buenos Aires en 1998 (se retiró el año pasado por razones de edad) y cardenal en el 2001, por Juan Pablo II. Siempre había rechazado cargos en Roma, adonde se cuenta que venía solo cuando era indispensable. Tiene fama de tímido, de hombre de pocas palabras y de austero, de moverse en metro por Buenos Aires y a pie o en transporte público por Roma.

En las congregaciones, las reuniones de cardenales previas al cónclave, el ahora Francisco I habló de un cristianismo de la misericordia y de la alegría. Ayer pidió que rogaran por él, algo que suele pedir habitualmente. Siempre ha dicho que sus sacerdotes preferidos son los que trabajan en las villas miseria , los barrios de chabolas de la periferia de la capital argentina. La Iglesia, repite, debe mostrar el rostro de la misericordia de Dios.

De mayor edad que la gran mayoría de los candidatos que se barajaban, se le considera moderado y afín a las reformas de la Iglesia para las que la renuncia de Benedicto XVI puede haber abierto camino. Pero todo ello se irá viendo con el tiempo.

El papel de Bergoglio durante la dictadura argentina es, por lo menos, polémico. El periodista Horacio Verbitsky sostiene que hizo poco o nada para evitar la desaparición de dos sacerdotes jesuitas, Virgilio Yorio y Francisco Jalics, en 1977. Otras fuentes consultadas, sin embargo, dicen que salvó vidas.