Estos días de zozobra, angustia y a la vez esperanza mantuve con Ana alguna larga conversación en la que le comunicaba mis dudas sobre su versión de los hechos, compartidas también por otros compañeros de profesión. Dudas que ella refutaba con vehemencia pero que no acaban de disiparse. Al contrario, iban en aumento según pasaban los días.

Ella respondía negativamente a todas las peticiones de entrevista porque, decía, no le quería robar protagonismo a Patricia, la madre. Que su papel era proteger al padre. Algunos insistíamos con la idea de someterla a interrogantes que pudieran ponerla al descubierto si es que las sospechas eran ciertas.

La última vez que tuve contacto con ella fue porque se había llevado el móvil de Ángel. Yo llamaba al padre porque sabía que estaba con Patricia y me interesaba hablar con ella. Pero lo cogió ella. Me dijo que estaba conduciendo y que ya le daría el recado a su pareja. Insistí y me dijo: «Espérate, mira que ahora no puedo hablar que tengo aquí a la Guardia Civil y al final me van a parar. Venga, hasta ahora, Manel, ciao». La conversación se produjo a las 11.42 horas, poco antes de la detuvieran y cuando ya llevaba el cadáver en el vehículo.