A final de temporada se suele echar cuentas acerca de lo mejor y de lo peor que uno ha visto. Y con seguridad, la mansada de Zalduendo que vimos ayer por la tarde entrará dentro de las peores del año taurino.

Veíamos saltar los toros al ruedo y el desencanto era inmediato. Y es que el toro fino, lustroso y bonito, ese casi siempre embiste, mientras que el toro bastote, fuera de tipo, ese se suele defender, como los de ayer. No fallaban, si uno manseaba, si no humillaba, si se desentendía de los engaños, si se iba a terreno de toriles, el siguiente repetía la escena. Y así hasta seis, uno tras otro.

La única oreja la cortó José María Manzanares por una buena estocada, pues poco más hubo reseñable en una tarde plomiza. Público generoso el que ayer casi llenaba los tendidos oliventinos.

Era un alma en pena el primero, alto, no humillaba y no se desplazaba. El presidente lo devolvió y saltó al ruedo un sobrero del mismo hierro. Pezuñón, bastote, abanto, sin recorrido por más que Morante de la Puebla quería enseñarle a embestir. Toro cuyas hechuras anunciaban lo que después vendría, no humillaba y perdía las manos a poco que se le obligara. Un regalo por desclasado y deslucido. Topaba y abrevió el torero.

Con más cara el cuarto, un toro, más que abanto, huido. Tampoco humillaba en el capote de Morante. Se iba de él y es que la cosa iba de mansos.

Nada sucedió con la muleta, era ese un toro de los que pocas veces se ven hoy en día por la falta total de raza, que es ausencia de bravura. Quería meterlo el de La Puebla en la muleta pero el toro salía huido, y sólo en terreno de toriles tuvo medias embestidas, deslucidas en extremo porque salía del engaño distraído y con la cara alta.

A los compases de ese hermoso pasodoble que es Dávila Miura y tapándole la cara, jaleado por un público que quería ver algo, Morante le sacó pases que, en cualquier otra situación, serían irrelevantes. En ese terreno logró un espadazo trasero y tendido.

Bajo y largo de cuello el segundo, berreón el zalduendo, huido de los capotes, tenía poquísima clase. Quería José María Manzanaes llevarlo en el inicio de faena pero decía poco el astado. Y menos cuando no hay ajuste en el embroque, como cuando el alicantino daba el toque para fuera y la embestida era a medias. Toro muy deslucido y faena que no levantó el vuelo.

Feo de verdad el quinto, bizco del izquierdo y abrochado de pitones, con más celo en el capote de Manzanares, parecía que humillaba pero se quedaba corto.

Toro que llegó con poco empuje a la muleta, le faltaba desplazarse y ritmo en sostener sus embestidas. Faena desigual del alicantino en la que no primó, precisamente, el torear embraguetado. Toreo de mucha pose y poca enjundia, faena larga, bien rematada con la espada y poco más. Oreja.

Hecho cuesta arriba el tercero, acapachado, bastote, feo. No humillaba ni se desplazaba en las verónicas de Pablo Aguado. Sin clase en el capote de ese buen lidiador que es Iván García.

Comienzo de faena, lo llevaba el sevillano, bello un cambio de mano y el de pecho. No humillaba el animal y se desplazaba lo justo, aunque parecía que era a modo para un torero que tiene primor en su toreo a media altura, firmes los toques y bello el pase de la firma y la trinchera. Sin que hubiera emoción en el tasteo porque el zalduendo tenía el gran defecto de salir del muletazo con la cara por las nubes, permitió al sevillano componer con él, gustarse por momentos e interesar al público. Naturales a pies juntos de sevillanísima expresión y mal con la espada.

Con cuajo y kilos el sexto, fino de cabos y con otra hechuras, al que toreó Pablo Aguado con delicadeza a la verónica, magnífica la media de remate pero tampoco humillaba el burel.

Poco recorrido del astado en los pases de tanteo, intentaba puntear el engaño. Porfiaba Pablo Aguado pero el manso no desentonaba de sus hermanos y se rajó con descaro.

La que cerró la feria oliventina ha sido una mansada sin paliativos.