Después de casi tres meses encerrados en casa, los más jóvenes han salido disparados de sus hogares y han tomado plazas, playas, parques y pinares con muchas ganas de ver y tocar a sus amigos. Quieren divertirse. Las imágenes han provocado rechazo y preocupación por las aglomeraciones y la ausencia de medidas de seguridad: distancia interpersonal y mascarilla. Ya sucedió días antes del estado de alarma y ahora las imágenes se han repetido en Barcelona, València, Cádiz, Gorliz (Vizcaya), Beasain (Guipúzcoa)… Mucha gente se pregunta qué tienen los preadolescentes y los adolescentes en la cabeza para ser tan inconscientes. Y les señalan con el dedo acusador. Mal hecho.

La ciencia demuestra que el cerebro de los adolescentes no está todavía lo suficientemente maduro y que la rebeldía es tan sana y tan normal a esa edad como las rabietas en críos de tres o cuatro años. Padres y madres tienen un gran reto por delante. ¿Están dando un buen ejemplo a sus hijos? ¿Les dan sermones sobre los riesgos del coronavirus o les tratan de concienciar usando su mismo lenguaje?

«Los adolescentes no son personas maduras todavía. La explicación está en su cerebro, en la corteza prefrontal. Hay que esperar hasta los 20 o 25 años para tener capacidad para desarrollar el autocontrol, regular la impulsividad y tomar decisiones más maduras», explica Mercedes Bermejo, psicóloga y experta en terapia familiar con niños y jóvenes. Los chavales y chavalas de 12 años o 13 años en adelante se caracterizan por querer transgredir las normas, sus nuevos referentes ya no son sus padres sino sus iguales y les gusta ser más autónomos. Los sermones no van con ellos, así que la principal receta para padres y madres es que den buen ejemplo. «No puedes esperar que tu hijo respete las normas si tú eres el primero que se junta con muchas personas en una terraza o jamás llevas mascarilla», concluye.

Padres y madres ya no son los primeros referentes y mucho menos ídolos de sus hijos adolescentes. Pero el efecto espejo sigue siendo importante. «Se criminaliza a los jóvenes que se están saltando las normas. Pero ¿qué pasa en sus casas? ¿Cuántos de ellos no tendrán progenitores que no hacen más que criticar las medidas impuestas por las autoridades sanitarias?», se pregunta Francisco Castaño, profesor de Secundaria y orientador profesional de padres.

Sin obligar

A su juicio, los adultos deben ser los primeros en cumplir las directrices. Después, deben saber transmitirlas a su prole. «No podemos obligar, pero sí concienciar. Hay que entender que los jóvenes, además de su rebeldía natural, se caracterizan por la falta de consciencia de riesgo. El famoso a mí no me va a pasar. Deberíamos empatizar con ellos. Todos hemos sido jóvenes. Intentemos razonar sin presionar y hablémosles de los riesgos sanitarios que tienen los abuelos con esta pandemia», explica Castaño, autor de La mejor versión de tu hijo.

¿Cómo dirigirnos a nuestros hijos preadolescentes y adolescentes teniendo en cuenta que hemos dejado de ser tan importantes para ellos? «Háblale como si le hablaras a tu yo de 15 años», aconseja Elisa López, psicóloga experta en niños, adolescentes y jóvenes. «Para muchos de ellos el confinamiento no ha sido tan duro porque se han pasado gran parte del día conectados a internet, algo que no les permitimos hacer en condiciones normales. Si su vía de información son las redes, deberíamos hablarles con su mismo lenguaje», añade. La psicóloga pone un ejemplo práctico: «¿Tu hijo se agobia por llevar mascarilla? Enséñale en el móvil algún vídeo de sanitarios que llevan 12 horas un equipo de protección especial para tratar enfermos de coronavirus. Su lenguaje es muy visual, así que ese mensaje le calará mejor. El objetivo es que empaticen con los enfermos».

Todos los especialistas insisten en la necesidad de que la sociedad no criminalice a los jóvenes. «Con eso solo se consigue alimentar todavía más su rebeldía», explica López, responsable de la web 10enconducta.com. «Los mensajes de papá y mamá deberían ser breves y claros. Los sermones no valen para nada», añade Bermejo, que también recomienda ponerle a los adolescentes las cosas fáciles.

«Compremos a nuestros hijos botecitos de gel hidroalcohólico para que los lleven en el bolsillo», aconseja Bermejo, cuyo gabinete acaba de abrir hace un mes la unidad del duelo y está impartiendo talleres a profesores para prepararles cara al curso escolar que viene. «Estamos viendo muchos chavales con adicción a la tecnología y trastornos del sueño», concluye.