Teatro Cómico de Madrid, 1939. Miguel de Molina para la orquesta en mitad de su actuación, cansado de los «marica» que le llegan desde una parte del público, donde se sentaban miembros del Frente de Juventudes falangista. El mítico cantante de copla les espetó: «Marica no, ¡maricón». Cuenta esta anécdota divertido Víctor Casco, activista y antiguo diputado de Izquierda Unida en la Asamblea de Extremadura, aunque advierte: «Efectivamente el colectivo LGTBI se ha apropiado de estos términos pero siguen siendo peyorativos, no es lo mismo lo que hizo Miguel de Molina que el ‘maricón de mierda’ que le gritaban a Samuel (Luiz, en A Coruña este pasado mes de julio) cuando le estaban dando una paliza y lo mataron», apostilla.

Casco hace un repaso histórico a la palabra: «Marica, en el siglo XVII, se le decía a mujeres que se llamaban María y que solían ser avispadas y graciosas. Ese término fue evolucionando hasta dirigirse a los hombres afeminados, que además es una imagen estereotipada de la homosexualidad», narra. 

Reapropiación

«Hoy esta y otras palabras se han convertido en parte de nuestro ‘argot’. Yo soy partidario de que nos las reapropiemos. Pero hay dos puntos importantes: el primero es que también es generacional, porque no suponen lo mismo para los jóvenes, que han nacido en un contexto de orgullo, que para nuestros mayores, quienes han vivido la mayor parte de sus vidas con estas palabras siendo usadas exclusivamente como objeto de mofa y burla. Luego también está el cómo se lanzan estas palabras. Es muy importante el contexto», dice.

Coincide con Casco Paco Molina, profesor de secundaria y tutor en la UNED de Historia y Filosofía, especializado en historia de las homosexualidades. «Depende mucho del contexto. Una persona puede llamar a otra ‘maricón’ con todo el cariño y, sin embargo, alguien puede dirigirse a ti con una palabra muy técnica, como ‘homosexual’, y lanzártela con toda la mala leche del mundo».

Molina alude a «códigos internos» dentro del propio colectivo LGTBI: «Es un mecanismo de defensa. Te apropias del lenguaje y le quitas esa carga negativa. Esto también ha pasado por ejemplo con los sujetos raciales. En Estados Unidos, los negros se llaman entre sí ‘nigga’ (negratas) pero ojo, no se lo vayas a llamar tú», advierte.

Este profesor también apunta a la importancia del lenguaje como herramienta de representación: «La homosexualidad, el lesbianismo, hasta el siglo XIX no se conceptualizan. ¿Quiere decir que antes no existía? Por supuesto que no. De Julio César ya se decía que era el mejor macho de las hembras y la mejor hembra de los machos», explica riendo. «Pero al instalarse las palabras construimos una realidad y nos vemos como sujetos. Por eso, por ejemplo en el franquismo, el lesbianismo ni se nombraba. Esto es una forma de violencia pero también es un recurso que valía para camuflarse», señala.

Tanto Casco como Molina coinciden en que esos términos se deben usar, en principio, entre los miembros del propio colectivo. «El significado es el uso y el contexto marca mucho. Cuando hablo de contexto me refiero a redes muy complejas, a relaciones de poder y a violencia simbólica. No sólo de quien lo usa pero también de quien lo escucha. A mí tú me llamas ‘maricón’ y no pasa nada, pero si lo escucha mi madre pues le molesta», describe Molina.

La teoría de la cortesía verbal

Lo que cuentan tanto Molina como Casco tiene su propio principio en lingüística: la teoría de la cortesía verbal. «Es una cuestión del uso del lenguaje. Intrínsicamente estos términos son peyorativos, pero la regla cambia según su uso», explica María Isabel Rodríguez Ponce, profesora de Filología Hispánica y Lingüística General en la Universidad de Extremadura. Rodríguez Ponce expone el uso afiliativo frente a lo que se considera descortés: «Estos usos afiliativos de algunos términos peyorativos son como una marca de grupo. Muchos jóvenes se saludan con un ‘hey cabrón’. O, por ejemplo, si yo a mi padre le pido algo y añado el ‘por favor’, probablemente me dirá que no es necesario, porque estamos entre personas de confianza, pero si yo pido algo en una situación normal a alguien que no es cercano y no lo hago por favor se puede entender como descortés», apunta.

Esta profesora señala además que esto puede ser «un arma de doble filo» porque cuando se produce la comunicación el contexto va cambiando. «Puede ser que una persona perciba esta palabra en un primer momento de manera positiva pero puede llegar un momento, por repetición o por otras razones, en el que la persona ya la perciba con su significado intrínseco y de manera negativa».

En cuanto a la normalización de algunos insultos, Rodríguez señala que «lo que ha pasado en nuestra sociedad es la normalización cada vez mayor de la agresividad verbal. Esto empezó en las tertulias rosas y ahora está presente en todas ellas (deportivas, políticas…) y cala en la masa social. La violencia es espectáculo pero hay que tener cuidado porque puede ser como una droga: que cada vez necesites más para estar satisfecho», dice.

La violencia es una bola de nieve que puede ir creciendo hasta ser imparable. Bien lo comprobó Miguel de Molina, quien se tuvo que exiliar de España en 1942, ya que su orientación sexual no era compatible con vivir bajo la violenta represión del franquismo. Por maricón.

EL TESTIMONIO

«Puta bollera», letras símbolo de resistencia

«Puta bollera». Es el mensaje que la extremeña Visitación Cáceres Rojo, conocida como Sisi, luce con orgullo en su brazo izquierdo. «Este tatuaje me lo hice antes del último Orgullo. Aquí en Extremadura, para lucirlo en la manifestación en Madrid», cuenta esta trujillana afincada en Cáceres. 

El tatuaje de Sisi en su brazo izquierdo. EL PERIÓDICO

Sisi, que es socia de Extremadura Entiende, explica que esas letras son un símbolo de resistencia: «Justo coincidió el hacerme este tatuaje con el asesinato de Samuel y por eso lo llevo con más rabia aún. Precisamente me lo hice por el aumento de agresiones contra personas del colectivo, porque creo que es muy importante apropiarnos de esos insultos como palabras y conceptos que nos definen», narra. «Se trata de demostrarles que no tenemos miedo, que estamos orgullosas de ser quienes somos y mostrarles que no vamos a dar ningún paso atrás», sentencia.

Sisi Cáceres. EL PERIÓDICO

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