Ni están, ni van a estar", decía el maitre a los invitados cuando preguntaban por los novios. La pareja salió apresuradamente de la iglesia, se cambió de ropa y tomó un taxi hacia la estación de Renfe. "El TER se les escapaba, tenían que irse a Madrid de luna de miel y ellos preferían el viaje al banquete".

Antonio Alvarez, propietario del Complejo Alvarez, ha celebrado miles de bodas en sus salones. No en vano, pertenece a una familia de restauradores de reconocido prestigio. Su padre, un asturiano que se casó con una cacereña, abrió las puertas del Hotel Alvarez, en la calle Moret, un 18 de mayo de 1936, justo dos meses antes de que estallara la guerra civil. Fue el primer edificio de la ciudad con ascensor y grifos por los que salía el agua caliente. "Súbame al tercero", pedían los cacereños curiosos al botones de turno.

Desde entonces, las anécdotas se han ido agolpando en el Alvarez, y muchas de ellas están relacionadas con enlaces matrimoniales. "Una vez, una novia se sintió indispuesta y se la tuvieron que llevar a la Casa de Socorro al salir de la iglesia. Hubo banquete, pero no hubo novia", explica Alvarez.

Las relaciones prematrimoniales son capítulo aparte. "Hemos tenido muchas bodas con niños de 6 o 7 años que han llevado las arras a sus padres".

Alvarez confiesa que nunca le han anulado una boda a última hora. "Nuestros clientes han sido muy fieles y, de momento, todas las bodas acordadas se han celebrado".

Y como broche final, un menú confeccionado en el año 1931 que ofrecía su padre a los contrayentes de la época al precio de 6,50: "Entremeses, tortillas de jamón, merluza a la vinagreta, ternera a la jardinera y un lomo de cerdo asado. De postre: fruta, queso y pastas. Vino corriente".