Iba para estrella del baloncesto, pero hoy prefiere el convento a la cancha. Juan Carlos Pizarro Calderón interrumpió su carrera deportiva en el equipo del Cáceres y en el Caja de San Fernando a causa de una lesión, pero la habría abandonado de todos modos. "Fue un momento para disfrutar y, sobre todo, para darme cuenta de que está bien; pero es un mundo elitista y yo quería vivir de otra manera", cuenta.

Esa otra manera es como lo hizo san Francisco de Asís, aquel noble italiano fundador de la orden de franciscanos que abrazó la pobreza para predicar la fe en Dios a finales del siglo XII. Juan Carlos Pizarro, de 21 años y de Cáceres, no está solo en su empeño. El cordobés David Teno, de 23 años, y Joaquín Hernández, nacido en Villafranca de los Barros hace 38 años, comparten el mismo proyecto de tomar los hábitos y convertirse en franciscanos. Los tres conviven desde marzo con los frailes de Santa María de los Angeles en el convento de Santo Domingo de Cáceres.

Formación

Hasta finales de este mes, en Cáceres cubren una etapa inicial denominada frateleone . "Aprenden a vivir en la fe, conociéndose a sí mismos y a san Francisco", explica el superior de la comunidad, Manuel Díaz.

Si su decisión no flaquea después de esta fase, iniciarán una etapa de postulantado en Sevilla durante un año, de ahí se trasladarán a Valencia como novicios. Tras un año de noviciado, tomarán los hábitos y profesarán por primera vez como hermanos menores. Durante otros cuatro o cinco años, completarán su preparación estudiando Teología u otras carreras, hasta que tomen la profesión solemne, "se hagan frailes para toda la vida", detalla Manuel Díaz.

Juan Carlos Pizarro, Pinzo para sus amigos, compagina su formación como fraile con sus clases de Magisterio en la rama de Música en la Universidad de Extremadura. "Mi meta era ser profesor antes de plantearme esta vida. Me encanta trabajar con jóvenes, pero también tener una vida más de oración, más íntima", señala.

Viste vaqueros y camiseta, lleva un anillo oscuro de madera y una pulsera de esas de goma de colores que se han puesto de moda y que proclaman la solidaridad con causas de todo tipo. La suya es blanca, "es la del Papa, Benedicto XVI", afirma. En la calle pasaría por un joven más, como David o Joaquín. "Nuestra vida no es diferente a la de gente de nuestra edad, salimos a la calle y entramos en bares. Ayer fue la última vez que me estuve tomando una cerveza en la plaza", apunta Hernández.

Pese a ello, la decisión vital que han adoptado les diferencia de la mayoría. Sólo el 14% de los jóvenes entre 15 y 29 años se declaran católicos practicantes; la Iglesia católica ha perdido casi tres millones de fieles en los últimos cuatro años, y el número de jesuitas (unos 1.700 en España) ha descendido un 40% desde 1954 y el de franciscanos (700.000 en todo el mundo), un 24% desde 1975. La propia iglesia se queja de la falta de vocaciones y la edad media del clero en España es de 65 años.

"Yo no me siento un bicho raro, aunque a veces ser cristiano o defender ciertos valores puede resultar extraño", declara David Teno. Joaquín Hernández tampoco está muy convencido de que su decisión les haga ser noticia, incluso se sorprende del interés que pueda tener contar sus vidas.

Pizarro reconoce, sin embargo, que "no es una decisión que esté de moda", pero señala que "parte de un proyecto de vida". "Ahora mismo salir de botellón --en los que él participó en el pasado-- no es un proyecto personal, es la cosa más normal del mundo. Esto sí te lo planteas tú y tiene un punto más de autenticidad".

David Teno trata de ilustrar su explicación. "Es como el que se enamora de una chica y quiere casarse con ella. Pues esto es como el enamoramiento de una forma de vida; te atrae, tiene unos valores que se corresponden con los tuyos y es en lo que crees que puedes ser más útil a la sociedad".

A Joaquín Hernández no es que la vocación le haya llegado tarde, es que "el hombre propone y Dios dispone". Relata que desde hace muchísimos años tiene contacto con los franciscanos y la decisión le rondaba por la cabeza, "aunque el momento llega cuando llega".

A este villafranqués no le gusta hablar del mundo que deja atrás. "No renuncias a tanto cuando te satisface lo que estás haciendo". Además, confiesa que ha conocido "bastantes cosas en la vida como para no considerarlas renuncias". Su trayectoria laboral da una idea. Aunque estudió auxiliar administrativo y después Teología para seglares, ha trabajado de camarero, oficinista o cartero.

Los votos

Su vida, recuerda, estaba "desestructurada". Ahora, entre los viejos muros del convento Santo Domingo ha encontrado "serenidad y tranquilidad". "Antes no había unión entre lo que pensaba, sentía y hacía. En estos momentos, es como si hubiera encontrado la forma de encajar las piezas de un puzzle".

A ninguno les asustan los votos de pobreza, castidad y obediencia que tendrán que profesar en el futuro. Pizarro es el único que confiesa que el de castidad es una "renuncia" aunque ahora no se lo cuestione ni lo necesite, "quizás en el futuro", matiza. Lo compara con el matrimonio. "Imagino que es igual que cuando te casas, que te olvidas de otras mujeres y eso no hace que dejen de gustarte. Sin duda, es la misma sensación".

Los padres y amigos de los tres encajaron la decisión con comprensión y naturalidad. "Mi madre me decía que mucho tiempo había tardado en decidirme", cuenta Hernández. Pizarro fue preparando a los suyos. "Como yo ya venía los fines de semana, al principio planteaba en casa que era una actividad de discernimiento. Luego les dije que quería ir formándome, no que quería ser fraile porque eso nos lleva a meternos en camisa de once varas, pero sí que tenía inquietudes por vivir de esta forma". Asimilada la noticia, sus padres están "contentos". "Los padres, cuando ven a un hijo feliz, también lo están".

"Mi familia lo acepta muy bien --añade el joven cordobés--, hay quien lo esperaba y quien no. Al principio tenían cierto recelo porque choca, pero al verte feliz, no te dicen nada".

A su alrededor también despiertan curiosidad. "Algunos amigos me preguntan cómo se vive", dice David Teno. El les explica que se vive "con naturalidad". "Esto es como una familia más, con la diferencia de que ninguno somos de la misma sangre. Mi vida no es muy diferente a la de otros jóvenes, sólo que convivo con otras personas que sienten lo mismo que yo y en un convento", concluye.

En esa familia franciscana, lo que comparten son, sobre todo, la oración y las tareas del hogar . Cada uno tiene asignada una función cotidiana para el mantenimiento del convento, fregar, planchar, barrer... "Yo, por ejemplo, disfruto mucho del tiempo que todos nos ponemos a fregar, a veces pienso que he perdido el norte", confiesa Juan Carlos Pizarro. Para él, son los detalles los que hacen de esta vida "una experiencia desde luego distinta a cualquier otra", que es "lo gratificante". Es esa otra forma de vivir que estaba buscando.