Poner en valor siete de las fuentes más tradicionales de Cáceres. Ese es el objetivo que persigue el Ayuntamiento de Cáceres, que a través de la empresa Thaler, concesionaria de la vigilancia y mantenimiento de los espacios públicos de la ciudad, invertirá 3.598.833 euros en varios proyectos entre los que precisamente se encuentra la conservación de Fuente Fría, Fuente Concejo, Fuente Rocha, Aguas Vivas, Fuente Hinche, Fuente de la Madrila y Fuente Bárbara, auténticos monumentos que forman parte del patrimonio artístico y social de la capital cacereña.

¿Pero cuál es la historia de estas reliquias? Fernando Jiménez Berrocal, cronista oficial de Cáceres y responsable del Archivo Histórico Municipal, relata cómo estos siete manantiales distribuidos en torno a las dos riberas cercanas: la Ribera del Marco, que abastecía a Fuente fría, Fuente Rocha y Fuente Concejo, y la de Aguas Vivas, de la que bebían Fuente Barba, Fuente Hinche y Fuente de la Madrila, tuvieron su origen en la consecución de agua para el abastecimiento humano en un momento en el que los suministros de agua potable a los pozos de uso público eran inexistentes, y en una ciudad que debido a su climatología se caracterizaba por la carencia constante de agua.

Algunos de los primeros documentos que dejaban constancia de la existencia y uso de esas fuentes se remontan a las ordenanzas del año 1494, en las que se reglamentaba el uso cotidiano del agua en todos sus destinos; riego, industria y consumo público. Ordenanzas que, por cierto, evidenciaban los primeros intentos de traída de agua en el siglo XIX a la ciudad. Y es que, a pesar de que algunas familias más solventes, sí que disponían de sus propios pozos dentro de sus domicilios privados, la mayor parte de la población necesitaba del agua de esas fuentes para todos los usos existentes. Así fue como estas, hasta que se formalizaron los primeros intentos de introducción en la ciudad en el año 1936 de agua corriente generalizada para todas las casas, fueron las responsables de dar el agua necesaria para los molinos, las telerías, lavanderas y aguadores, o curtidores de pieles.

Fuente Concejo, situada en las inmediaciones de la muralla de la ciudad hacia el este junto a la cuesta que sube a la Montaña, era junto a Fuente Fría una de las más importantes y su acceso se realizaba a través del Arco del Cristo. Se cree que fue mandada construir por Alfonso Golfín y constaba de bóveda y seis arcos de cantería.

Fuente Fría, situada detrás de los jardines y huertas que rodeaban el antiguo Hospicio, era famosa en comparación con las demás por sus condiciones de potabilidad, aunque su caudal fuese escaso.

Fuente Rocha, situada al este de Cáceres, en la ronda de Vadillo, en las cercanías de la Ribera del Marco, proporcionaba un insuficiente caudal que no se utilizaba para riego. En la actualidad, no surte de agua ya que en su día se acordó que pasara a la conducción general de la zona.

La fuente de Aguas Vivas, situada al oeste de la ciudad, en la vaguada de la Sierrilla por donde discurre el arroyo de Aguas Vivas constaba de bóveda y arcos de piedra berroqueña con cuatro grifos y un pilar. Fue reedificada en 1739, durante el reinado de Felipe V, tal y como se puede leer en la placa conmemorativa. En los últimos años ha sido reconstruida por iniciativa de la barriada. Fuente Hinche se encontraba cerca de esta última y constaba de un depósito y un abrevadero para el ganado. Actualmente no se encuentra en buen estado. La fuente de la Madrila se ubicaba en el circuito del arroyo de Aguas Vivas, y Fuente Barba, situada al final del Camino Hinche, presentaba una estructura abovedada y varias pilas para lavar.

«La imagen bucólica de aguadores y mujeres de cántaro en la cabeza y lavanderas peregrinando hacia esos arroyos», tal y como describe Berrocal, conformaba día a día el sello de identidad de esos emblemáticos lugares que durante siglos fueron el punto de encuentro de hombres, y sobre todo mujeres, de las capas más bajas de la sociedad. De entre todos esos hombres y mujeres destacaron las lavanderas y los aguadores, las primeras por protagonizar numerosos conflictos en los que no dejaban a los vecinos extraer agua durante las largas horas en las que ellas lavaban la ropa, y los segundos, por recorrer las calles enteras con sus burros cargados de cántaros para llevarlas hasta las puertas de las casas.

Los rumores y el imaginario popular han ido configurando a lo largo de los siglos una serie de creencias o dichos, que ya forman parte de la historia de Cáceres: «que si Aguas Vivas era sin duda la mejor para cocer garbanzos, que si la de Fuente Concejo podía llegar a tener propiedades curativas, etcétera», cuenta Jiménez Berrocal.

A pesar de la constante labor que los maestros de cañería realizaron a lo largo de los años, los problemas de carácter sanitario que desembocaban en epidemias continuas como la viruela, terminaron por conseguir que el ayuntamiento estudiase la posibilidad de generalizar el agua corriente.

Hasta el año 1936 se siguió manteniendo la convivencia entre las tradicionales fuentes y la posibilidad de instalar otras nuevas más cercanas a la urbe, ya que los propios cacereños muchas veces se quejaban de que el agua de las zonas más céntricas era de peor calidad.

Cáceres, por tanto, durante muchos años se siguió abasteciendo de unos servicios ya considerados obsoletos por la España desarrollada hasta el año 1964, cuando se inhabilitaron todas ellas. A día de hoy, en el recuerdo de muchos cacereños sigue permaneciendo la vieja estampa de familiaridad creada en torno a lo que siguen siendo mágicos lugares.