En el año 1982 nevó en Cáceres y se introdujeron dos novedades históricas en la ciudad feliz : el esquí y el botellón . Unos locos salieron al Rodeo con esquíes y un trineo y se deslizaron sobre la nieve por primera vez en 2.000 años de historia cacereña y otros locos emplearon en el parque del Príncipe por primera vez la palabra botellón para señalar el acto de beber al aire libre en grupo.

La teoría de que en la ciudad feliz se inventó el botellón es muy controvertida: hay historiadores de lo cotidiano que la refutan y hay especialistas en farralogía y ciencias orgiásticas que la sostienen con datos incontestables. Nosotros nos inclinamos por estos últimos y aportamos los datos.

Al comenzar los años 80, los jóvenes de la ciudad feliz tenían dos maneras de divertirse bebiendo: juntarse en locales cerrados o hacerlo en la calle. En el primer caso, existía la costumbre de alquilar pequeñas viviendas en la parte antigua.

Las casas de la Teresa

Eran famosas las casas de la Teresa, situadas por la zona de la calle Cornudilla, donde había varios locales alquilados. Eran igualmente populares los casumbos del Arco del Cristo y había hasta un bugabar , cierto Seat 127 de color rojo que no funcionaba, pero que aparcado junto al palacio de Moctezuma hacía las veces de refugio pandillero.

La bebida se compraba en locales que parecían sacados de novelas de Baroja o de las páginas del Guzmán de Alfarache : en La Chicha, por Santiago, vendían pistolas de vino, botellas de Mirinda de a litro cargadas de tinto peleón y unos psicodélicos botes de champú Geniol rellenos de Revoltosa Cola mezclada con morapio. Otro garito novelesco era el San Blas, donde los pitufos de vino con naranjada costaban 68 pesetas. Cerca del Arco del Socorro había otro local clandestino dentro de un patio medieval donde se despachaban botellas espirituosas.

Y a la hora de comer y tomar cubatas, en el Galán, junto a la churrería Ruiz, la señora Manuela preparaba bocadillos de prueba (decían que estaban tan buenos porque eran de carne de burro) y cubalibres a 20 pesetas en vasos de duralex o a 25 en vasotubo .

La gente más in, o más on, o más a la última iba a bailar al Búho Rojo, donde DJ Higuero era el rey del Rock and Cáceres . En esa época triunfaban el Radio Carolina, el Rita, la Machacona y otros locales donde tomaban copas los alcaldes, se creaban fanzines que, por primera vez, hablaban sin tapujos de los preservativos, actuaba Siniestro Total y se recibía, mucho antes de ser famoso, a Pedro Almodóvar.

Pero en cuanto las noches se dulcificaban, es decir, entre marzo y noviembre, los cacereños se trasladaban al parque del Príncipe, donde en la zona de los rosales se organizaban los primeros botellones de la historia de Cáceres. Aunque entonces aún no se llamaban así.

La estrella de aquellos actos multitudinarios de bebida gregaria era el whisky Dyc, que se había convertido en el lujo asiático de los asiduos a aquel nuevo parque de la ciudad feliz .

Fue justamente en ese año de nieves (¿año de bienes?), cuando el popular whisky segoviano lanzó un nuevo envase: una botella de litro que sustituía a la tradicional de tres cuartos y que enseguida se popularizó en aquellos encuentros a la luz de la luna en un auditorio donde no había actuaciones y bajo unos rosales que no daban rosas.

Los habituales de las noches del parque llamaron rápidamente a aquella botella, botellón y de esta manera nació la nueva Denominación de Origen de las fiestas nocturnas cacereñas al aire libre, que luego se extendería a toda España.

El botellón es una DO de Cáceres y cuando la nueva edición del diccionario de la RAE admita la acepción, deberá quedar claro que es la única palabra que la ciudad feliz ha aportado al léxico castellano.