Una vez escuchado el veredicto desjurado que nos dejaba fuera de las aspirantes a la capitalidad europea apagué la televisión y salí de casa con el ánimo tan bajo como la cabeza, buscando complicidad y consuelo. Solamente encontré adivinos y acusadores. "Eso ya lo sabía yo". No solo lo temía, lo sabía. "Pero ¿adónde vamos a ir con esta gente?".

Esta gente es la que ha estado haciendo proyectos, organizando actos, moviendo voluntades, animando. Quizás lo han hecho con mejor voluntad que acierto, pero lo han hecho. Claro que él no es de esa gente. Es de los que se quejan de que no tengamos AVE, ni tren a Salamanca, ni industrias, ni movilización ciudadana... Pero ¿dónde estaba él cuando fue necesario manifestarse para que no quitaran el tren? ¿Qué hacía mientras cerraban la fábrica de cerámica? ¿Qué comentario salió de sus labios cuando alguien propuso un aeropuerto para Cáceres?

Su puesto no está entre los que se comprometen con algo. Está en la crítica a las espaldas, sin dar la cara, paseando de la plaza a Cánovas, la avenida que contiene todo su mundo.

Mira, chico, continúa cantando el Redoble y gritando ¡Viva Cáceres!, que así seguirás viviendo en tu cómoda miseria. A lo mejor no le rezaste lo suficiente a la Virgen de la Montaña, que es quien te lo soluciona todo.