La junta directiva de la ONG Dueños de patos viudos aprobó celebrar su centenario con un acto en el que actuara Franquete y sabedores de mi amistad con él me encargaron la gestión de convencerle. Una gestión muy fácil en principio porque estaría en Cáceres ya que un día fue al Casar y se puso malísimo y si algo le gusta a Franquete es colaborar con todas las asociaciones de la ciudad.

Si quería encontrarle debería buscar en cualquier sitio excepto en su casa y en la oficina de pasaportes de manera que me fui a Cánovas, el paseo Catovi por excelencia. Seguí la pista de quienes venían riéndose pues deduje que se habían encontrado con Franquete y les había contado un chascarrillo así que continué por la Avenida del Catovi mientras esperaba ver su carterina, ahora más pequeña que la que le acompañaba durante su etapa laboral. A los pocos pasos me crucé con una conocida que llevaba el brazo en cabestrillo y tras preguntarle por el incidente que lo había causado me dijo que Franquete le había preguntado también.

Supuse que iba a la sede de la benemérita ONG del catovismo en la que es el encargado de conceder los carnets de Catovi. Acababa de salir. Me pasé por el obispado a preguntar si había alguna procesión a la que tuviera que asistir José Luis, que es el nombre de pila de Franquete como casi nadie sabe, pero se han tomado una semana de descanso. En el Imserso me aclararon que no había ningún acto a esas horas y en la Cope estaban retransmitiendo una misa. Aunque sería un milagro encontrarle allí me dirigí a su domicilio.

Su esposa le había sentido levantarse muy temprano y salir de casa. Confiaba en que volvería a comer aunque ignoraba la hora. «Y cómo os las arreglasteis para tener descendencia?», le pregunté. «Es que a cambio le dejé que me contara un chiste». ¿ Fue largo o corto? «Muy corto», contestó. El chiste o... «Las dos cosas, pues no tiene tiempo para nada» Por fin lo encontré. Estaba en la cárcel. Alguien le había denunciado por contar un chiste muy malo. Me temo que por poco tiempo.