Hace justo dos siglos Cáceres era una pequeña villa de unos 8.000 habitantes, la mayoría asentados en los arrabales que circundaban la plaza Mayor y el recinto amurallado. Molineros, caleros, hortelanos del Marco, curtidores de las tenerías o artesanos de los batanes formaban el sector más numeroso de población, donde la subsistencia era diaria dada la precariedad de la época. Y aunque la ciudad respiraba aires nuevos por la implantación de la Audiencia Territorial de Extremadura (llegaron los juristas y un flamante funcionariado) y por la apertura del Teatro de la Calle Peñas (después Teatro Principal), la Guerra de la Independencia (1808-1814) provocó tal crisis que acabó arruinando tanto a Cáceres como a los pueblos de su entorno, al convertirse en un importante granero del conflicto.

Este y otros muchos aspectos vinculados con la Guerra de la Independencia, cuyo bicentenario se conmemora ahora por todo el país, aparecen recogidos en una curiosa exposición organizada desde la Concejalía de Cultura y el Archivo Histórico Municipal en el palacio de la Isla. Saca a la luz interesantes documentos que permiten una lectura histórica de aquella lucha y su repercusión en Cáceres. "Acabamos de inventariar todos los fondos del archivo desde 1808 a 1814, y hemos creado una sección específica sobre el conflicto con miles de documentos. La exposición recoge los más importantes", explica su responsable, Fernando Jiménez Berrocal, quien además publicará junto a otros investigadores un libro sobre la época, finalista del premio José María Calatrava.

La guerra tuvo su parte positiva. Rompió con el Antiguo Régimen, dio paso a la Contemporaneidad e hizo aflorar las ideas liberales. También marcó el futuro de Cáceres de manera decisiva, pero sus efectos negativos no permitieron ver al principio estos cambios, sino al contrario. Y ello porque la ciudad y su término desempeñaron un papel de importancia lamentable en el desarrollo del conflicto, al convertirse, debido a su extensión, en una de las despensas que abastecían a las tropas francesas (a la fuerza), a las españolas y a las guerrillas. Este avituallamiento, los impuestos de guerra, la hambruna, el alistamiento de jóvenes y la miseria llevaron a la ciudad a una dura crisis de subsistencia.

De Cáceres salían todo tipo de bienes para el sustento de las tropas, especialmente el cereal cultivado en sus 200.000 hectáreas, pero también pieles, zapatos, telas para uniformes y sábanas, animales para el movimiento de tropas, medicinas y hasta algunos espías. Esta reducida villa no daba abasto y sufría las inclemencias de la guerra, pero a cambio el ejército francés no tenía cuartel ni presencia fija. "Los cacereños sabían que si se hubieran negado a avituallarlos, los soldados, hambrientos, habrían asaltado la ciudad", explica Jiménez Berrocal. Cáceres quedó tan afectada, con tantas carencias de alimentos y tantos desheredados, que se multiplicó la mendicidad y el bandidaje. Hasta el ayuntamiento enajenó bienes públicos como la Dehesa de los Caballos.

Todo ello en una pequeña población donde la estructura social aún era la del Antiguo Régimen, según explica el historiador, con una minoría noble a caballo entre la corte, sus fincas y sus palacios (Carvajal, Ulloa, Ovando...); otro pequeño grupo de medianos y grandes propietarios de origen camerano que habían llegado con la trashumancia (García-Carrasco, Viniegra...); una incipiente burguesía de familias catalanas que se dedicaban al comercio de lanas (Busquet, Calaf...); un sector clerical muy influyente y socialmente activo; los magistrados, abogados y funcionarios que habían llegado a la nueva Audiencia Territorial de Extremadura (concedida en el año 1790); y los pequeños artesanos y hortelanos afectados por las penurias, el analfabetismo y la falta de sanidad.

Si hubo un héroe, fue el propio alcalde, Gómez Becerra, quien se convertiría en uno de los políticos nacionales más representativos. Su diplomacia y su valentía --se jugó la vida-- evitó que Cáceres sufriera directamente las inclemencias bélicas. "Desgraciadamente, ahora solo se le conoce por una calle", lamenta Jiménez Berrocal. Por todo ello, la muestra (hasta el día 22) intenta rescatar la memoria de aquellos años ofreciendo al público desde los padrones de la época hasta la relación de hortelanos, pasando por las cartas del ejército imperial francés, órdenes militares o libros de actas.