En el imaginario popular europeo, España es un sol y un toro. En el imaginario popular español, la ciudad feliz es una parte antigua y un jamón. Efectivamente, Cáceres y España son algo más que eso, pero la gente no lo sabe. Con un jamón y unos palacios es difícil aspirar a ser Capital Cultural Europea frente a Córdoba, que se asocia con la Mezquita, el Ave, la guitarra y los grandes toreros.

En el ayuntamiento cacereño se han dado cuenta de que lo de patrimonio de la humanidad no basta para hacerse un sitio en esta España sofisticada, donde lo moderno importa tanto como lo patrimonial. El resultado es una campaña de imagen bien concebida donde, ¡albricias!, por primera vez no aparece el nombre de Cáceres asociado a una cigüeña y a la torre de Bujaco, sino a un tren aerodinámico y a estructuras de acero.

Hasta ahora, la publicidad de Cáceres era más antigua que los tirantes de El Batería . Se basaba en carteles con muchas fotos, como queriendo mostrar todo lo que tenemos de una vez, sin entender que la publicidad moderna no es explicativa, sino afectiva y llega más una frase o un color que mil fotografías.

ANCLADOS EN AVALOS Cáceres ha centrado su imagen en el aljibe o el palacio de Moctezuma, despreciando sus facetas modernas: el paseo de las esculturas del parque del Príncipe, la magnífica colección de pintura contemporánea del museo de las Veletas o los cercanos museos Vostell y Narbón. Ese desprecio por lo moderno se nota en las opciones escultóricas, que siguen ancladas en Juan de Avalos, despreciando lo que hasta Celdrán apoya en Badajoz.

Con este panorama, es lógico que en el imaginario colectivo español aún siga vigente la Cáceres del cabo Piris. En la ciudad feliz rara vez se ha apostado por lo moderno. Los pensadores y políticos que se promocionan son los más castizos, mientras se olvida a Gómez Becerra, perla indiscutible de la modernidad política de principios del XIX, o a Antonio Elviro Berdeguer, un insigne desconocido que en Cataluña habría estado a la altura de Companys y en Galicia, a la de Castelao.

Nunca se ha celebrado que Isaac Albéniz vivió en Cáceres, que aquí llegó el cine sólo dos años después que a París con los Lumi¨re o que en Cáceres se matriculó el primer automóvil de España, circuló el primer taxi del país y se estableció la primera línea de autobuses de la península de la capital a Trujillo.

Cuando Sainz de Oiza estuvo a punto de hacer un palacio de congresos en San Francisco imbricando antigüedad y modernidad, las diatribas socialistas acabaron con el proyecto. El auditorio (donde no se oye) y el Multiusos (un gran hangar) fueron oportunidades fallidas de hacer una arquitectura moderna para la posteridad y la plaza Mayor está pidiendo a voces la mano de Moneo, Siza, Eisenman o Isozaki y no la del muñidor de bandejinas .

En 1980, Jaime Velázquez, desde la presidencia de la Diputación, intentó "acabar con la mala imagen que Cáceres padecía a nivel nacional" impulsando certámenes de pintura y escultura que removieron las esencias castizas, también de la izquierda, que lo acusó de elitista. Ahora vuelve el intento de añadir pinceladas modernas cacereñas al imaginario colectivo. El problema es que para ser moderno hace falta algo más que una campaña publicitaria. Pero bueno, por algo se empieza, al menos intentaremos abrirnos más allá de lo de "Cáceres ciudad monumental" y "Cáceres Patrimonio de la Humanidad".