Hablar o escribir sobre la cal y los caleros en Cáceres nos traslada directamente a una de las industrias medievales con más recorrido en el pasado económico e histórico de la ciudad. Del mismo modo, nos acerca a una de las calles más representativas del arrabal cacereño, ese espacio urbano donde caleros, albañiles, curtidores u hortelanos dejaron una profunda huella gremial.

La presencia de la industria calera en Cáceres va unida a las características geológicas de una parte del subsuelo sobre el que se asienta la ciudad. Una placa caliza, de origen devónico, de unas 800 hectáreas de extensión, conocida como el Calerizo, que durante siglos ha proporcionado la materia prima para la fabricación de cales, una cal de excelente calidad que la hizo ser elegida para la construcción de edificios, públicos y privados, tanto de Cáceres como de otras partes de la región.

Las primeras fuentes escritas sobre la industria calera es el propio Fuero de 1231 que, en su apartado tres, ya establece que para ejercer la profesión de «Aurifes o caleros o de cualquier mester en término de Cáceres» había que estar debidamente autorizado por el concejo. Otra fuente histórica que nos sirve para conocer mejor la ancestral industria calera son las Ordenanzas de la Cal publicadas en 1496, donde se establecen las normas para su venta y producción, estableciendo sanciones para aquellos caleros que no cumpliesen con las reglas respecto al peso, los precios y las formas de vender la cal, concurriendo la pena física, de cuatro días amarrado al rollo de la plaza pública, para aquellos que adulterasen la cal o su peso. Así mismo, la Ordenanza de la Cal, instaura el proteccionismo de una materia necesaria para la construcción en otros lugares. Aquellos que quieran llevarse la cal fuera del término cacereño deben traer productos de los que la villa era deficitaria, como el aceite o el trigo. Esta norma causa gran preocupación entre los concejos cercanos como Trujillo que, en 1509, solicita a la reina Juana la abolición de una ordenanza que dificultaba el abastecimiento de cal a la floreciente villa trujillana.

La industria calera se encuentra presente en el pasado cacereño de diferentes maneras. Por haber sido la materia necesaria para la construcción de la mayor parte de los edificios históricos, tanto civiles como religiosos, que hoy forman parte del barrio monumental, y por haber potenciado el desarrollo de otros oficios auxiliares como picapedreros, carreteros, barreneros, arrieros o leñadores, sin los cuales no se podía fabricar un producto que necesitaba de la piedra y de los elementos necesarios para su cocción, durante cinco días seguidos, en los diferentes hornos que utilizaban como combustible grandes cantidades de leña. Así fue durante siglos.

La modernidad trajo el cemento tipo Asland desde principios del siglo XX, que poco a poco fue invadiendo el espacio que ocupaba la cal morena en lo relativo a su uso en la construcción. La industria calera cacereña fue decayendo, cada vez sus hornos producían menos cal y en los años 60 del pasado siglo ya solo era una industria residual que ocupaba un papel secundario. Los viejos caleros desaparecieron y sus centenarios hornos quedaron como testigos materiales de tiempos pasados, cuando los caleros era uno de los gremios más importantes de la ciudad.