Cuando era joven, al alicantino Camilo Albert Maestre le encantaba pintar. Siempre le gustó mucho, pero el alcohol echó por tierra la carrera artística de este hombre que, con 60 años, lleva una década vagando de albergue en albergue por toda España. Desde hace tres meses vive en el centro de Cáritas en la estación de Cáceres. En su habitación suenan los trenes y ha vuelto la pintura. Con la ayuda del pintor Emilio González Núñez, responsable de la sección de Artes Plásticas del Ateneo, Camilo Albert ha recuperado el pincel: "Para mí ha sido como un sueño", decía ayer, asegurando que nunca pensó que volvería a ponerse delante del caballete.

Pero una colecta entre sus compañeros del Ateneo para comprar el material necesario le ha permitido poder hacerlo y convertirse en el protagonista de la pieza del mes a partir del próximo jueves en la sede de este colectivo cultural en la calle San Petersburgo. Los tres cuadros que ya ha pintado este antiguo empresario del calzado reflejan su estado actual de ánimo, entre el desánimo y la incertidumbre tras fracasar en el intento de encontrar empleo. "En el cuadro hay una especie de sol, una persona con una lágrima y una sombra que quiere escapar", explica sobre la obra que mostrará y a la que no ha puesto título.

Explica que la sensación de volver a pintar ha sido como la de un diabético al que le ponen insulina y admite que le gustaría seguir pintando aunque antes tiene que encontrar trabajo. Aún recuerda sus inicios con el pintor Luis Vidal, director del estudio donde se formó, y sus vivencias con otros artistas como Narciso Enrique Cossin --"mi mejor amigo, maestro y hasta mi padre"--, Benjamín Palencia, Manuel Boeza o Juan Barjola.

Camilo Albert se está planteando volver a Monóvar, localidad alicantina donde residió, para intentar recuperar el terreno perdido. Le queda un hijo y un primo que aún pueden ayudarle en su viaje sin fin. La imagen de una cigüeña que vuela en dirección desconocida aparece en otro de sus cuadros. Parece el símil de su vida, siempre de casa en casa. Este pintor sin techo quiere recuperar el rumbo. La pintura puede marcarle el camino.