También en la vida de la calle hay cara y cruz, historias dramáticas con el mismo punto de partida que tienen finales felices o simplemente no terminan nunca, y continúan su rutina de ciudad en ciudad.

M. S., es inmigrante y temporero. Como muchos otros transeúntes en mayo, viaja a Cáceres desde Huelva, donde trabajó muy duro un mes completo recogiendo fresas. Llega a la estación de autobuses, está de paso, pero tiene que esperar un día completo a que salga otro autobús hacia el Valle del Jerte para trabajar en la recogida de la cereza. Necesita un sitio donde dormir y descansar, pero sólo le queda el dinero justo para pagarse el viaje.

Tras deambular por la estación, decide salir a la calle. Está agotado después de siete horas de viaje, y de un mes sin apenas descanso. Cáceres es una ciudad desconocida para él. Se dirige a la zona centro, gracias a las explicaciones de la gente.

Necesita descansar, y una mujer le indica un albergue donde cenar y pasar la noche. Encuentra el centro de acogida cerca de la estación de tren, pero está cerrado, y lee en una nota que debe acudir a la sede principal, en la zona centro de la ciudad. Allí le entrevista una trabajadora social, le pregunta por su objetivo, por su procedencia y por sus problemas. Le da alojamiento para pasar la noche en el centro Vida.

Una vez allí, conversa con varios acogidos. La mayoría no tienen trabajo, ni familia, ni casa. M. S., lava su ropa en la lavandería, le asignan habitación y le dan unos pantalones, una camisa y zapatos. Entre todos ponen la mesa y ayudan en la cocina. Cenan ensalada campera con verduras y caballa, ven la televisión y a las doce se acuestan.

El despertador interrumpe el descanso de M. S. a las ocho de la mañana. Se asea, desayuna y recoge sus cosas. A las once coge el autobús hacia una nueva etapa.

Otra experiencia

Ella llegó desde Kenia hace cinco años como voluntaria de un equipo para la celebración de un certamen deportivo. Debido a las dificultades de su país, R. C., decidió quedarse en Madrid e iniciar una nueva vida.

Estaba desorientada en una ciudad desconocida. No sabía hablar castellano y tampoco encontraba a nadie con quien comunicarse en inglés. Relata sus primeros momentos en un país extraño: "Era como una película, todo parecía muy distinto a Kenia. No me acostumbraba a ver los coches circulando por la derecha".

Contactó con la embajada e ingresó en una residencia de acogida. Encontró un trabajo temporal y un año después viajó a Cáceres. Estaba embarazada de ocho meses y logró un hueco en otra residencia gestionada por la misma organización que la de Madrid. "Yo lo único que quería era un techo donde cobijarme para ir a clase de español y buscar trabajo". R. C., afirma que nunca se sintió sola en Cáceres. "Unicamente sufría cuando mis hijos se ponían enfermos. Uno es alérgico a varios alimentos y texturas, necesita productos especiales y me dolía mucho no poderlos adquirir", explica.

Independencia

Pero R. C., no se encontraba cómoda en la residencia; se sentía vigilada y encerrada. Decidió salir y buscar empleo. Desde hace un año trabaja en el servicio a domicilio y cada día acude a tres viviendas.

"En Kenia hay mucho racismo por la rivalidad entre las tribus. Pero cuando llegué a Cáceres me sentía muy bien, es como mi pueblo". La mujer, de 42 años, ha rehecho su vida. Sus hijos van al colegio y ella tiene un trabajo.