En esta semana se ha cumplido un año más de mi vida y según cuentan tardé casi tres días en nacer. Tranquilo, que fue siempre uno. La cerca de Cáceres es como un gran útero, que cobija a su nonato, del que salió el resto de la ciudad. Siento la tentación de salir extramuros, pero no lo hago. El momento del parto no ha llegado y permaneceré nadando en este líquido amniótico hecho de siglos y cantería, como permanecí, feliz y despreocupado, dentro del cuerpo de mamá.

Permanecemos ante el hueco de la derribada puerta, nos giramos sobre nosotros mismos, descubriendo la casa orgullosa y mística de los Sánchez Paredes, propiedad de una rama de los López-Montenegro. Cuando se llegaba a la villa procedente del sur se entraba por aquí procedente de extramuros y se veía este alcázar defensivo que protegía el más meridional de los accesos. Soleado solar, recia estirpe, eternos anhelos. Llama la atención --sólo con verlo-- el blasón antiguo de la familia, encuadrado en un hermosísimo alfiz, decorado con rosas en talla.

Trae el campo partido, en el primero muestra en campo de oro una banda de gules engolada en cabezas de dragones de sinople; en el segundo en campo de azur siete estrellas de plata, bien dispuestas. Se timbra con una divisa consistente en una espada dispuesta en banda. Las primeras son las armas de Sánchez, una de las más antiguas familias de la ciudad.

A comienzos del XIV Sancho Sánchez Durán representó a Cáceres en las cortes de Medina del Campo y estaba casado con una dama cuyo nombre me chifla, Urraca Bernal. Las segundas son las de Paredes, familia que estuvo presente en la Reconquista en la persona de Sancho Ximénez de Paredes.

Pero lo que llama la atención del escudo, por encima de la belleza de su talla, es la leyenda que se sitúa bajo él: Non habemus hic civitatem manentem, sed futuram inquirimus . No tenemos aquí una ciudad estable, sino que buscamos la eterna.

No cabe mayor declaración de principios, oración hecha piedra, poesía en estado puro. ¿Cómo sería quién la concibió? ¿Qué motivos le empujarían a tallar ese lema sobre la fachada de su casa? ¿Qué vocación de eternidad tendría grabando en piedra viva un lema tan perecedero y a la vez eterno? Non habemus hic civitatem manentem, sed futuram inquirimus . No me canso de escribirla, de repetirla, de saborearla en esa hermosa lengua que un día fue vehículo de cultura, instrumento de unidad universal y hoy únicamente es un fósil ignorado. Yo también busco la ciudad eterna, pese a los espejismos que inducen a pensar que aquí está. Ansias de eternidad de una Nueva Jerusalem.

La fundación

Me ceñiré al tema. La casa se fundó en el XV por Alonso Sánchez Durán, guarda y vasallo del rey y por su mujer, Beatriz García de Paredes. El blasón puede datarse en esa centuria, así pues serían ellos, o sus primeros descendientes quienes tallaran el escudo y la leyenda.

Un tataranieto de ellos, Diego García de Paredes, murió en la Batalla de los Gelves a las órdenes de Alvaro de Sande. No todos los autores se ponen de acuerdo al respecto de la muerte del de Paredes en la batalla, pero así lo recoge Ulloa Golfín en su Memorial.

La construcción fue profundamente reformada hacia la mitad del siglo XX y se le quitó gran parte de su sabor medieval, pero, sin embargo, ganó en prestancia y equilibrio con los grandes y simétricos vanos que se disponen en su fachada principal, que posee, como de otro modo no podría ser, una amplia portada de medio punto.

Las fachadas laterales, tanto la que da a la calle Ancha, como la que se asoma a la calleja de San Pablo, así como la continuación de la fachada principal que se prolonga hacia la plaza de Pereros, poseen un encanto más antiguo, más auténtico. En esta última parte se sitúa una portada arquitrabada sobre modillones, hermosa y discreta, con las armas de paredes, esta vez reducidas (tal vez por lo escueto del espacio) a cinco estrellas.

Haciendo esquina con la calle Ancha, la torre fortísima desafía al cielo, castrada como casi todas las cacereñas, bastión que guardaba desde el interno lo que fue entrada un día, mientras, en el interior destaca el patio de sólida cantería, con sus rotundas columnas y arcos, en el que existe una gran profusión heráldica y un hermoso mosaico de San Sebastián.

Me alejo y no consigo quitarme las palabras de la cabeza (non habemus hic civitatem manentem, sed futuram inquirimus ). Mientras, una fuerza irresistible me arrastra hacia la calle Ancha, una emoción me invade, una sonrisa incontenible se me escapa, una caricia dulce estremece mi espíritu. Vienen a mi mente las alegrías (si me camelas, si me camelas, llévame a calles anchas, a calles güenas), porque, un día, yo vi aquí --por vez primera-- a quien conmigo vive en la ciudad estable y conmigo busca la ciudad futura, en un paseo por la eternidad sin retorno...