A la señá Encarna le gusta el Guoman . Puesto que es CATOVI (cacereña de toda la vida) no necesita muchos pretextos para echarse a la calle. Y si le prometen un entretenimiento gratuito mejor que mejor. Con el Guoman todo es entretenimiento. Y en gran cantidad gratuito.

Arregla a los niños, se coge del brazo de su esposo y se confunde con el mar de gentes que ocupan cualquier rincón de la ciudad. Como buena cacereña, se escandaliza y reniega de los perros mugrosos, de los pelos que no conocen el champú y de los pantalones y camisetas que piden a gritos una visita a la lavadora. Hace comentarios nada elogiosos de la desvergüenza de las jovencitas pues no permiten casi nada a la imaginación. Y encima su marido no deja pasar una sin mirarla de arriba abajo a pesar de los codazos que le propina.

Recorre el mercadillo, mayormente para mirar, pues nunca se le ocurrirá comprarse una pulsera o un collar. Ni siquiera un gorro para el nene. Echa la mañana o la tarde ante una pareja que juega con las criocas o el diábolo. No puede pasar de largo ante el pistolero instalado en San Juan y depositar diez céntimos en su plato para que haga sonar un silbato en señal de agradecimiento para deleite del nene.

Pasea toda la ciudad monumental para tener datos y poder comentarle a las vecinas que hay que ver el gentío que había . La danza de unos indios, los tambores de unos negros y los sones de las cubanas la dejan con la boca abierta.

Pero no entiende que tres cuartas partes de la plaza está más pendiente del botellón que de la música. ¿Para eso han venido desde tan lejos? Tiene tentaciones de acercarse al ferial, pero la vence pues ha oído que allí hay de todo. O sea, nada bueno ni respetable. ¿Quién iba a pensar hace unos años que estas cosas pasarían en Cáceres?