Hace 252 años, el Ayuntamiento de Cáceres derribaba la llamada puerta de Mérida. La causa de aquella lamentable destrucción parece extraída de la más palpitante actualidad: el milenario monumento obstaculizaba el tráfico. Como recoge Antonio Rubio Rojas en su libro Cáceres, ciudad histórico-artística , la demolición de la torre no solucionó los problemas de tráfico en la zona. Pero tampoco se levantaron voces de protesta porque era creencia general que, en aquella puerta, nunca había sucedido nada de particular ni había valor artístico alguno.

Cáceres se quedó en 1879 sin la puerta de Coria porque a un concejal apellidado Becerra se le ocurrió decir que se acumulaba suciedad en su entorno y, además, no dejaba entrar el aire fresquito de Gredos durante el verano. Estamos en 2003 y la ciudad feliz asiste en silencio y complacida a otra pérdida histórica.

Esta vez se trata del monástico jardín del convento de santa Clara. Un bello olivar medieval de 1.500 metros cuadrados que forma parte del cenobio fundado por doña Aldonza de Torres Golfín, noble y virtuosa cacereña, en el siglo XVI.

AIRE FRESCO E HIGIENE

En estos derribos y ocupaciones siempre se ponen por delante argumentos de peso. ¿Cómo oponerse a que la ciudad progrese facilitando el tráfico en la puerta de Mérida, promoviendo la higiene y el aire fresco en la puerta de Coria o eliminando los problemas de aparcamiento en la zona de Santa Clara?

Con éstos y parecidos razonamientos se han ido perdiendo ciudades monumentales por medio mundo. En nombre del progreso y la comodidad de los ciudadanos se han destruido murallas, puertas, iglesias, torres y palacios. Y ahora, otra vez atacan la piqueta y la sinrazón.

Se argumentará que sólo se trata de un olivar, que no tiene mérito artístico, que únicamente es tierra con árboles, que mantener ese espacio monástico medieval no es más que dogmatismo conservacionista. Incluso, que las monjas dan su consentimiento. Pero la realidad es tozuda: otro espacio único, histórico, monumental y milenario se va a perder para convertirse en un aparcamiento.

Las ciudades felices y sus gobernantes no suelen pensar demasiado en el largo plazo porque proyectarse hacia el futuro resulta inquietante y enturbia la dicha. En las ciudades felices lo que mola es el presente y el parcheo. ¿Que surge este problema?, pongo esta solución y resisto un par de años. Después, ya veremos. Eso está sucediendo desde hace tiempo con la parte antigua y su imprescindible peatonalización.

Parchearon los socialistas, que no fueron capaces de peatonalizar y también pretendieron construir un párking en el jardín de las Claras. Como iba a ser subterráneo, las hermanas se opusieron porque veían el problema de las tumbas. Ahora, como es un parche al aire libre, se avienen al desaguisado porque el descanso eterno de doña Mencía de Ulloa, doña María de Toledo o doña Antonia Fonseca no será turbado.

Esta vez quien parchea es el equipo de gobierno del PP, que no solucionó el problema del aparcamiento antes de peatonalizar y meterá los vehículos en el convento para aplazar los problemas unos meses. Esperemos, al menos, que el diseño del nuevo párking no siga la estética de la bandejina de la plaza Mayor y los platinos de la de Santa Clara.

En 1791 y 1842, los sabios concejales cacereños decidieron derribar la torre de Bujaco para acelerar el progreso levantando casas en su solar y aprovechando sus piedras para levantar la Audiencia y arreglar la plaza Mayor. Recapacitaron a tiempo y la torre sigue ahí. Hace año y medio, a punto estuvo de desaparecer el beaterio del otro convento de clausura de monjas clarisas, San Pablo, pero también se rectificó. ¿Qué pasará en Santa Clara? ¿Ganará doña Aldonza, triunfará don Saponi?