La enfermedad mental está sometida como ninguna otra a estereotipos: la peligrosidad y su relación con actos violentos y la impredecibilidad de su carácter, aparecen como las más frecuentes.

Es entendible que determinados hechos puntuales de violencia cometidos por personas con enfermedad mental generen gran alarma social y reabran el debate, contribuyendo a mantener esa imagen. Sin embargo, los datos muestran que la enfermedad mental no implica conducta violenta. Aunque sí es cierto que se incrementa el riesgo con el abuso de sustancias y el abandono de la medicación o la ausencia de tratamiento. Sin embargo, es más frecuente que las personas con enfermedad mental grave sean víctimas de la violencia y la agresión. Con un tratamiento adecuado, un alto porcentaje de las personas que padecen una enfermedad mental se recupera, retorna a su comunidad y lleva una vida social productiva.

Todos tenemos posibilidades de padecer una enfermedad mental. La pérdida de la salud mental es un problema fundamentalmente sanitario y como tal debe ser considerado. El Sistema Sanitario Público ofrece una amplia red de servicios de atención a la salud mental que ha ido mejorando en las últimas décadas, permitiendo una atención en la comunidad dentro de los sistemas sociales y sanitarios, con garantías adecuadas de calidad de vida e integración para la gran mayoría de las personas.

El debate no debería centrarse en la violencia de estas personas, sino en incrementar los recursos destinados a ellas