Durante las últimas décadas del siglo XVIII, la ‘Ilustración’ francesa fue cuajando en escritos y ensayos políticos una nueva doctrina para la convivencia y el desarrollo social a la que llamó ‘Liberalismo’, en consonancia con la primera meta que aspiraba alcanzar en su lucha contra los abusos e injusticias de la vieja Monarquía: ‘Libertad’, ‘Igualdad’, ‘Fraternidad’, remarcando sus diferencias con el absolutismo monárquico, basado en los ‘estamentos’ de clase, en categorías personales urdidas sobre privilegios y en dogmas impuestos por la ‘Gracia de Dios’.

Nadie discutió entonces las excelencias del ‘liberalismo’ ni las virtudes de la ‘división de poderes’; mientras se mantuvieran en un caldo de cultivo basado en la solidaridad, en la igualdad y en la fraternidad, como se formuló al principio. Pero estas dos últimas aspiraciones se olvidaron pronto por parte de las castas poderosas, cuando comprobaron que el ‘individualismo’ sin cortapisas, el ‘libre mercado’ sin barreras y el Estado sin leyes ni normas, rendían mejores y mayores beneficios económicos que las atrasadas virtudes sociales que demandaban equidad, equivalencia entre unos individuos y otros, y justicia en tratos y contratos para distribuir bienes y ganancias entre todos los agentes de la producción.

¡Difícil tarea! Como decía la vieja canción mexicana; “Todos queremos más, y más y más; y mucho más”. Así que los poderosos, adinerados y latifundistas --que contaban con medios para hacer lo que ellos quisieran-- decidieron conformar Partidos Liberales para promulgar leyes que les favoreciesen. Partidos a los que ahora llamamos ‘conservadores’, ‘populares’ o ‘centristas’, para que derogasen aquellas leyes reguladoras de la producción y del consumo, suprimiesen toda la normativa estatal y dejasen a la economía funcionar de manera libre y ‘salvaje’: en la que los individuos más fuertes y poderosos, aquellos más decididos e inmorales de la ‘selva’ o del ‘mercado’, dominasen a los demás o los devorasen.

No contamos en esta breve Tribuna con espacio suficiente para desentrañar las ‘políticas neoliberales’ tan queridas por nuestros gobiernos y por las ‘tramas’ que los apoyan; por eso nos vamos a ceñir a una leve descripción de las medidas más recientes adoptadas por el Presidente Donald Trump, fiel seguidor del ‘neoliberalismo’ republicano de Ronald Reagan, al que en España se obedeció punto por punto en tiempos bien recientes, participando en guerras ‘inventadas’; privatizando empresas públicas que aspiraban a garantizar el ‘estado de bienestar’ de los menos favorecidos; apoyando con fondos estatales a empresas y bancos privados para su libre expansión en el ‘libre mercado’; aunque ello significara ‘recortar’ los presupuestos para atenciones sociales, para pagar las pensiones o para mejorar los sectores sanitarios, educativos y promocionales del resto de la población.

El liberalismo ‘ilustrado’ ha ido derivando en neoliberalismo ‘salvaje’ de la mano de economistas como Milton Friedmann o Friedrich Hayek, que exaltaron el individualismo frente al socialismo; la protección y compensación de capitales privados, frente a la estimulación y mejora del trabajo; la derogación de la legislación laboral para permitir la proliferación de empresas subcontratadas que pudiesen explotar el trabajo ‘precario’ y mal pagado de las clases obreras y la abolición de cualquier legislación de vigilancia y control empresarial para dejar espacio a un ‘mercado libre’ basado en los abusos y corrupciones de ‘emprendedores’ y ‘especuladores’ que se apropiasen de los escasos recursos que aún sostienen a las familias trabajadoras.