Los de Kamikaze Producciones, junto con la Compañía Nacional de Teatro Clásico, no hicieron de tales, pues sabían muy bien lo que hacían y cómo mantener en vilo a los muchísimos espectadores en nuestro mayor coliseo teatral el pasado sábado, con el corazón en un puño, salvo alguna esporádica sonrisa.

Qué montaje más fresco y rompedor de las convenciones del teatro a la italiana, ya que jugaban constantemente con unos cortinajes que ellos mismos abrían, cerraban o dejaban a medias para significar distintos espacios escénicos: un salón regio, una alcoba, la capilla, un cementerio, etc. Detrás de las cortinas se veían frecuentemente a los actores, cuál sombras chinescas en distintas coreografías o composiciones escénicas o también proyectando en el ciclorama lluvia, nieve, una cruz o aguas turbulentas y así ambientar las contrastadas situaciones en muy rápidas transiciones, en un ritmo endiablado. Para ello el recurso luminotécnico fue primordial para crear intimidad, tensión vengadora, seducción, reflexión y muchas otras actitudes y emociones tragicocómicas.

Todo ello centralizado en un arrollador Hamlet, el príncipe vengador, reflexivo, cuerdiloco, ambiguo, potente, apasionado y muchas otras facetas o actitudes, que le conferían una gran ambigüedad muy cambiante y sin embargo coherente, que supo interpretar a la perfección el proteico Israel Elejalde: con qué fuerza mostró su poderosa mente y su agitado espíritu tan dividido entre su victimado y vengador padre y su corrompida madre; entre ambos bordaron una tensísima escena maternofilial Israel y la tremenda Ana Wagener. También se lució su tierna y progresivamente enloquecida amada Ofelia, a cargo de la pizpireta Angela Cremonte, que por cierto canta muy bien. Su principal antagonista el usurpador rey, su tío Claudio, un hiératico y no muy expresivo Daniel Freire. Los demás actores triplican cuando menos varios personajes, pero bien caracterizados en sus desdoblamientos, especialmente Cristóbal Suárez que encarnó muy bien al joven vengador de su padre Polonio, el buen hijo y buen hermano Laertes,especialmente en la última escena de intensa esgrima, muy espectacular.

El atrezzo principal y casi único fue el lecho, transmutado en trono y pedestal, al que se subían y bajaban con meteórica agilidad, ayudando a los cambios de tonos y registro, especialmente por parte del protagonista Hamlet. En la penúltima escena , tan bufonesca y sarcástica,del cementerio, bajaron el techo, practicando una trampilla para el enterramiento, con el juego de la calavera de Yorick y las disputadas cenizas de la pobre Ofelia.

La dirección y autoría de la bastante fiel versión, muy revitalizada y viva, corrió a cargo del gran director Miguel del Arco, con la inestimable colaboración de la CNTC (Compañía Nal de Teatro Clásico), que glosaba en el programa a Hamlet, hijo preclaro del genial W. Shakespeare, "como una conciencia infinita, exuberancia y savia excesiva, vasta lluvia de la vida...y sembrador de deslumbramientos", y ya lo creo que nos deslumbró a todos hasta prorrumpir en multitud de bravos y atronadores, larguísimos aplausos en una noche única, después de un espectáculo tan grandioso, que no se suelen ver por estos pagos.