Para Eufrasio Mariscal, un exminero de 95 años, ayer fue un gran día. Con el recuerdo de sus compañeros de las minas de Aldea Moret, ayudó a depositar el ramo de flores ante la estatua del minero que rinde tributo a los esforzados trabajadores en la rotonda de entrada al barrio. "Me ha acordado de los buenos tiempos, de aquellos 34 años que pasé en la fábrica de ácidos", acertaba a decir este hombre, delgado y con gafas de alta graduación, rodeado por otros vecinos.

Ni la lluvia ni la mañana desapacible restó brillo al homenaje que, con motivo de Santa Bárbara, patrona de los mineros, ofrecieron vecinos y políticos a esos padres que se ganaban la vida bajo tierra. No faltó una nutrida representación de media docena concejales del PSOE y PP, además del subdelegado del Gobierno, Fernando Solís. También asistió la presidenta vecinal de Santa Bárbara, Guadalupe Iglesias, que propuso volver a celebrar la fiesta que los mineros disfrutaban cada 4 de diciembre. Sentados en la primera fila del centro pastoral Jesús Obrero, Heras, Elviro, Castellano, Rumbo y Gallego escucharon la homilia de Miguel Angel González, párroco de San Eugenio, que recordó que las dos tareas en la vida de aquellos mineros siguen vigentes para los vecinos de Aldea Moret: luchar por el futuro de sus familias y mejorar las condiciones del barrio para que sea "un lugar digno, en el que se pueda vivir cómodo y a gusto".

Con la imagen de Santa Bárbara presidiendo la misa, el acto litúrgico sirvió también para que los asistentes se acercaran a la patrona de los mineros y besaran la medalla de la virgen. La hermosa talla luce, como se encargó de recordar el párroco, un castillo para recordar el martirio que sufrió la santa tras ser confinada por su madre.

Ocho pesetas de sueldo

Orgulloso de trabajo en la mina, Eufrasio Mariscal mostraba al terminar la misa una fotografía de 1969 en la que recibía de manos de sus jefes un diploma por 30 años de servicio. Se jubiló en los 70 y sacó adelante a cinco hijos. Trabajaba ocho horas al día "y las que hiciera falta" y empezó ganando cinco pesetas. Cuando se marchó, eran 8.000.

Todavía recuerda el exminero su trabajo, manipulando los ácidos que eran transformados en abonos y que llegaban en vagonas. Pero ahora, cuando mira a las nuevas edificaciones en el antiguo poblado, recuerda el huerto que compartió a medias hasta el año pasado con un amigo y donde sembraba verduras. Aunque le ha perdido la pista a sus compañeros, Eufrasio sigue viviendo en el barrio de la Higuerilla, cerca de la mina. Santa Bárbara está orgulloso de él.