Se encienden tan pocas luces de esperanza en Extremadura que apenas alguien saca una candela o rasca una cerilla mi ánimo se llena de optimismo. Poco importa que la mayoría de las veces la euforia se haya visto seguida de la decepción, la frustración y el desánimo pues siempre tiendo a pensar que esta es la definitiva.

Hace unos meses el presidente Fernández Vara proclamó solemnemente que Extremadura apostaba por la excelencia. Esas palabras, debido a la deformación profesional quizás, me recordaron a Platón y su discurso en pro del gobierno de los sabios, los que saben lo que es el bien. Como tengo al presidente por persona de muy buena voluntad y cumplidor de su palabra confiaba en que al menos en lo que dependía de él no fallaría, aunque también estaban en mi recuerdo las palabras de Monago, de cuya buena voluntad tampoco tengo dudas, asegurando que el suyo era el gobierno de los mejores y a los pocos meses fuimos testigos de ceses y dimisiones que no sabemos si dieron lugar a gentes aún más valiosas o si perdimos con los cambios.

Sin embrago esta vez, me decía ilusionadamente, la cosa tiene que ir en serio. A partir de ahora, pensé, su gobierno, que es nuestro gobierno, y la dirección y gestión de las empresas y entes públicos, que son nuestras empresas y entes, así como las alcaldías, concejalías y otras canonjías estarán presididos por la excelencia de manera que se habrán acabado los tiempos en los que el acceso a los cargos se debía a tener un determinado carnet y al ‘lameculismo’, los revolcones, las cuotas de corrientes, provincias, comarcas y amistades lo que daba lugar a vergonzosas comparecencias, discursos confusos e ininteligibles, actuaciones descabelladas y estaríamos gobernados y dirigidos por los mejores en cada campo. Pasados estos meses me he dado cuenta de que eso de la excelencia se refería a las cerezas, los tomates y los guisantes.