En 1970, el mismo año en que derribaron el chalet de Manzano en la Montaña o la casa de esquina de Patricio Fernández en la Cruz, Cáceres estrenó la plaza de Albatros, con su Sala Bols y el complejo La Colina, unas modernas instalaciones con piscina, pistas de tenis y gimnasio.

Y es que 1970 fue el año en que Cáceres se abrió a la modernidad; por ejemplo, inauguró la cafetería Lido en Gil Cordero, el autoservicio Emcar en Médico Sorapán y el Ministerio de Educación levantó un nuevo instituto al que todos llamaron El Femenino puesto que aquel instituto era el de las muchachas y El Brocense era el de los muchachos. A finales de los 70 el centro se hizo mixto y tuvo que cambiar de nombre. Oficialmente ya era el Norba Caesarina, aunque para la memoria colectiva cacereña siempre será El Femenino.

El Femenino estaba en El Rodeo cuando El Rodeo tenía el mercado de ganado y la calle Santa Luisa de Marillach estaba aún sin asfaltar. El Norba se diseñó en un edificio de tres plantas en forma de H, con sus aulas de Dibujo, Hogar y Música, su laboratorio de Ciencias Naturales, su enorme biblioteca, su sala de profesores y, cómo no, su cafetería.

Aquello de la cafetería era un descubrimiento para todos esos alumnos que llegaban al Norba casi siempre de colegios como el Prácticas o el Sagrado. La cafetería del Femenino la llevaba el jardinero (el señor Juan), y su especialidad eran los bocadillos de tortilla, que eran milagrosos.

El señor Juan, bajito, fuerte, muy buena gente y gran aficionado a las abejas, colocaba sus tortillas encima de una mesa, una sobre otra, y las cortaba con un cuchillo como los novios cortan una tarta el día de la boda.

Había dos tipos de bocatas de tortilla, los de 50 y los de 100 pesetas. En el recreo los alumnos bajaban en tropel y se formaban largas colas. Los primeros en llegar eran los de la planta baja. Los demás aguantaban estoicamente una fila de más de 10 minutos hasta que el señor Juan les vendía el bocadillo, que comían con fruición durante los menos de 10 minutos que restaban de recreo. El recreo duraba de 11 menos 10 a 11 y 10 y era al aire libre. Los chavales se iban a los pabellones a jugar al baloncesto, las chicas a las traseras del pabellón de exámenes.

Hasta aquel instituto llegó un entonces jovencísimo Luis Regidor, avanzado profesor de Francés que puso de moda los viajes a París cuando nadie viajaba a París. También aterrizaron docentes que procedían del Brocense como don Pablo Naranjo, que fue director, catedrático de Geografía e Historia y senador socialista por Cáceres en las primeras elecciones democráticas. Se jubiló en el Norba y un aula lleva desde entonces su nombre.

Otro profesor fue don Miguel Antonio Esteban, catedrático de Matemáticas, irónico y muy madridista, que vestía con corbata y bata blanca, prenda fundamental para acudir al laboratorio y evitar las manchas de tiza en la ropa.

La primera directora del Norba fue Angeles Fuertes, catedrática de Física y Química, afable, defensora a ultranza de los derechos humanos. Hoy, ya jubilada, Angeles viaja mucho a Africa, donde trabaja con misiones y oenegés ayudando a los más desfavorecidos.

Los chicos de Reforma

En 1983 el gobierno central puso en marcha en España un proyecto piloto denominado Reforma que el Norba comenzó a aplicar. Aquello era muy rompedor, porque los alumnos no tenían libros y aprendían con prácticas.

Pedro Pablo Alonso y Asunción Fernández, Susi, daban Geografía, Mariluz Orozco impartía Música y creó un coro. La clase de Dibujo de Valentín Cintas era la única en la que se podían ¡¡comer quicos!!. Carmen González era la de Historia: una mujer muy especial, elegante, de ironía gallega.

Florentino Rodríguez fue director y daba Lengua. El enseñó a sus alumnos 4 reglas gramaticales que nunca olvidaron: se dice influir y no influenciar ; en base a es un galicismo; es incorrecto decir me lo quedé olvidado porque se dice me lo dejé olvidado ; no es correcto decir lo entré en el frigorífico sino lo metí en el frigorífico .

El jefe de estudios era Félix, que daba teatro: generoso, de prodigiosa memoria. Javier Vidal, hoy director, sucedió en la cátedra a Pablo Naranjo. A los de COU les mandó leer Misericordia , de Benito Pérez Galdós, un libro que retrataba la sociedad de las clases medias bajas de Madrid, al borde de la miseria más absoluta.

Toñi Loro enseñaba a estudiar Historia con reglas mnemotécnicas, Juana Blanco era la tutora de Francés, Rafa Pérez, que murió hace poco, tenía un inglés magnífico, José Antonio daba Química, y Antonio Rubio, Educación Física. Al comienzo de cada curso, Leonardo, el de Matemáticas, siempre decía: "Si queréis aprobar, traedme discos y un jamón ".

En los pupitres estaban Diego; Ana Belén; Leopoldo Vivas Poldi con sus ricitos; Leda, que era la preferida de don Miguel; Matilde, la preferida de Víctor, el de Física; Mercedes Sánchez, de Cordobilla; los Albertos (que eran Alberto Rincón y Alberto Terrón); Carlos Pesado; Avelino...

Un día, en la clase de Tecnología de Rafael Puras, a Virginia López y María Angeles Borges se les cayó una goma. Las dos se agacharon a recogerla y en ese momento sus cabezas chocaron, lo que provocó una carcajada que enfadó al profesor. Puras dijo entonces: "Borges, a la calle" . Airada, Virginia se levantó y gritó: "Si Borges se va, nos vamos todos" . Puras, dispuesto a que el motín no fuese a más, cedió y la clase continuó sin expulsiones.

Otro día, Puras mandó a Virginia y Sara Minguez una práctica: revisar un enchufe del Aula de Ciencias. Al manipular los cables, aquello pegó tal petardazo que la segunda planta quedó fuera de sí. En otra ocasión, Emilia Galán, que daba Biología, se llevó una rama de olivo al laboratorio, empezó a sacudirla y, claro, todos los alérgicos acabaron en el hospital.

Los fines de semana los chavales bajaban a la plaza, a Las Cuatro Esquinas y jugaban al futbolín en El Campesino. Escuchaban Mecano, La Frontera y Phil Collins. Hace unos días los de Reforma se reunieron en una comida que organizó la antigua alumna María Rodríguez Agúndez. Alumnos y profesores recordaron los enchufes de Puras, las reglas gramaticales de Florentino y los milagrosos bocadillos de tortilla que el señor Juan les vendía cada mañana en el Norba Caesarina, aquel instituto del Rodeo que para Cáceres siempre será El Femenino.