Entre las situaciones, imágenes y sonidos más buscados para encontrar un buen momento de relajación, uno de ellos es el que acompaña al vaivén de las olas en una playa tranquila. Así, aprovechando el día feriado en la capital, muchos de nosotros --sobre todo los que tenemos ya una edad-- hemos decidido buscar el descanso en las playas del sur, tan habituales en las vacaciones de los extremeños. Y no es porque salgamos huyendo de la feria, al menos no de manera literal, sino más bien porque el fin de semana es propicio desde muchos puntos de vista: fechas, clima, poca gente...

El caso es que uno se va con la intención de dejar atrás el bullicio, el calor sofocante de Cáceres, los saludos prolijamente repartidos por las casetas y, sin embargo, nada más llegar, nada más insinuar el primer paseo por la arena limpia y fresca, se topa con la cruda realidad, esto es, con que mucha gente ha tenido la misma feliz idea. Y así, lo que prometía desarrollarse de una manera acaba sucediendo de otra, en algunos casos casi trasladando algunos de los usos de la feria, pero sin casetas, sin calor y sin ruido.

No sé qué pensará usted, pero yo tengo la convicción de que las relaciones sociales marcan definitivamente nuestras vidas, de tal suerte que son capaces de condicionar nuestros planes, nuestros mejores sueños y hasta algunas de las decisiones aparentemente más firmes. Por eso, cuando sienta usted el deseo de apartarse de todo, de buscar un lugar en el que el rumor del mar, las caras desconocidas y los paseos sin límite de tiempo puedan aquietar su espíritu, no elija las ‘playas de Extremadura’, porque las circunstancias no le permitirán cumplir lo pensado.

Eso sí, a cambio tendrá la oportunidad de practicar su deporte favorito para el que nunca faltarán candidatos, disfrutará de divertidas veladas en una buena mesa con la más grata de las compañías y visitará el mercado local con el convencimiento de que repartirá saludos y parabienes por doquier. Y lo que es más importante, cada vez que salga a la calle tendrá que hacerlo peinado, mudado y atildado, que nunca se sabe quién aguarda detrás de una esquina.