Cuando el pasado 12 de septiembre se vendían en pública subasta los solares y edificaciones de Waechterbach --el complejo industrial pasó a manos de la constructora Luntec y una parcela de 16.000 metros a Anpema-- se ponía el punto y final a 175 años de historia empresarial, y en Cáceres, también, a decenas de historias personales, las de los trabajadores que durante varias décadas pasaron por pasaron por esta fábrica de cerámica alemana.

Pero hasta que hace dos años se produjera el cierre de la factoría, la Waechtersbach cacereña había puesto en su historia muchos puntos seguidos. Llegó a Cáceres en 1975 de la mano de la quinta generación de sus fundadores, los príncipes alemanes de Ysenburg y Budingen, que la crearon en 1832 en la región de Waechtersbach, y comenzó la fabricación de vajillas y complementos de mesa con ventas en exquisitas y refinadas tiendas de España, Alemania y EEUU.

Fue tan positivo su desarrollo que llegó a convertirse en la tercera mayor industria de Cáceres, con 138 trabajadores, 4 millones de piezas anuales y unos 5 millones de euros de facturación. Pero cuando apenas había cumplido dos décadas de vida en Cáceres su buena marcha comenzó a truncarse. Fue en 1998, y los trabajadores, sin saber aún muchos el por qué, habrían de vivir siete largos años de incertidumbres y altibajos, y un traumático final, el del cierre de la fábrica.

El proceso

En el 2001, tres años después de que se iniciara la recesión, la fábrica ya había perdido 1,2 millones de euros.

En enero del 2002 la situación se agravó y se inició el auténtico calvario de sus empleados al presentarse la suspensión de pagos por la caída de ventas y una deuda de 4,2 millones de euros. La plantilla inició entonces las que fueron sus primeras protestas, pero pese a ellas la empresa desveló en febrero su plan de viabilidad: 70 despidos y un 20% de reducción de sueldos. Y un mes después, en marzo, llegarían medias aún más drásticas, como las de anunciar al juez la situación de quiebra, no aceptar ni siquiera los 50 despidos que finalmente estaba dispuesta a asumir la plantilla e incluso intentar hasta en tres ocasiones vender la fábrica.

Hubo huelgas, intervenciones de autoridades de la región, pero nada sirvió. La Waechtersbach, con una deuda de 4,7 millones de euros, solicitó el 17 de julio la quiebra y el cierre. El 1 de agosto cesó la actividad con un ultimátum judicial: la planta se reabriría si llegaba un nuevo propietario antes de noviembre.

Y llegó. El madrileño Alejandro Rodríguez Carmona, que consiguió que los 70 acreedores le condonaran un 50,6% de la deuda total y firmaran un convenio para cobrar el resto del dinero a largo plazo, reinició el 25 de septiembre la producción con un aval de 224.000 euros, pero con un alto coste, 45 despidos y un recorte del 20% en los salarios.

Cierre definitivo

En junio del 2003 se levantó la quiebra, pero apenas un año después, el 9 de septiembre del 2004, Carmona inició nuevos recortes de empleo y sueldo y volvieron los problemas. Más huelgas, incertidumbre y crispación se sucederían hasta el 30 de octubre del 2005, día en que Carmona presentó una segunda quiebra pidiendo al juzgado la liquidación de la fábrica por la competencia asiática y la caída de ventas. La deuda, ahora con 150 acreedores, se elevaba a 3,2 millones de euros.

En los primeros días de noviembre el abogado y los dos economistas designados por el Juzgado de lo Mercantil para gestionar la situación de insolvencia de Waechtersbach remitían su informe al juez, solicitando en él, "dada la situación crítica de la empresa", el "cierre inmediato" de la fábrica, que empleaba en aquel momento a 88 trabajadores. El temido cierre, ya definitivo, tendría lugar el día 18 de ese mismo mes y estuvo marcado por graves incidentes. La clausura se hizo efectiva a las seis de la tarde, tras recibir la plantilla el comunicado del cese de la actividad, y el dueño de la empresa, que pese a la protección policial fue agredido por algunos trabajadores a su salida, tuvo literalmente que salir huyendo de las instalaciones.

Seguirían meses de lucha improductiva para aquellos trabajadores que se resistían a ver desaparecer la fábrica y buscaban apoyos para poder reflotarla; la llegada del paro para todos ellos a finales de enero del 2006, cuando el juez decretó su despido; meses de promesas y esperas... hasta que a mediados del pasado mes de julio se anunciaba la venta en pública subasta de todos los terrenos y edificios de la fábrica, lo que el pasado día 12 fue ya una realidad. En las antiguas instalaciones de Waechtersbach no volverán ya a producirse vistosas piezas de cerámica.