Leopoldo Calderón recaló en Santa Ana después de varios años pasando delante de su puerta cuando viajaba desde su casa familiar en Los Hornos (Salamanca) a Sevilla, donde estudiaba Ingeniería Física. Llegó en el verano de 1974, como alférez, poco después de completar la primera parte de los estudios que después desembocaron en un doctorado y toda una vida trabajando para el CSIC, en el que se acaba de jubilar.

"Recuerdo las partidas de mus en los ratos lúdicos. Yo tenía como compañero a un comandante, había mucha camaradería con los mandos", recuerda Calderón, que también tiene en la memoria las cenas de los viernes en La Troya de Trujillo con los tenientes. En el entonces CIR ingresó también el primer sueldo de su vida: 20.000 pesetas que parecían una fortuna al comenzar el mes, pero no tanto 30 días después. "Aún así era más de lo que me ofrecieron después por una beca de investigación en el CSIC, 15.000 pesetas", cuenta.

Cuando Calderón pisó el entonces CIR número 3, el centro había cumplido su primera década de historia y por sus compañías habían pasado algunas de las caras más conocidas que se han vinculado al campamento cacereño, como el expresidente del gobierno, Felipe González. En el verano de 1966 se incorporó como alférez al CIR un joven andaluz con cierto gracejo que llegó a Cáceres en un Ford Tamus y cayó bien en la segunda compañía, al mando entonces del capitán Sauca, donde podía pasar una hora contando chistes, según se recoge en el libro Santa Ana, 40 años de historia , de Carlos Tejado.

Caras conocidas

Felipe González fue el primero de muchos rostros conocidos que pasaron por Santa Ana durante sus años de servicio militar, entre ellos el futbolista del Real Madrid, Ricardo Gallego, el empresario Pepe Barroso, el matador Finito de Córdoba, el olímpico Juan Carlos Holgado o el sobrino del rey emérito Juan Carlos, Alfonso Zurita, que fue arrestado una semana antes de su jura de bandera, en 1996 y "pasó su último fin de semana como recluta en el calabozo", recuerda Juan Carlos Fernández Rincón, coronel de Infantería en la reserva tras más de dos décadas en el Cefot. Un año antes de que pasara por Santa Ana, su primo, el Rey Felipe VI, había presidido en el CIR su primera jura de bandera.

También se han visto caras conocidas en las gradas del actual Cefot, entre ellas las de los periodistas Alfonso Ussía y Tico Medina, las actrices Mari Carrillo y Paloma Hurtado o el empresario Ruiz Mateos, estos últimos, para asistir a las juras de bandera de sus hijos.

"Cuando juré bandera pedía permisos para poder ir hasta Cáceres a entrenar", recuerda el ganadero y empresario taurino cauriense Víctor Manuel Hornos. Entonces se fraguaba una carrera como matador y aprovechaba el tiempo libre para quedar en Cáceres con banderilleros con los que poder entrenar, antes de volver al cuartel a dormir. O a la garita, a pasar la noche vela en alguna guardia en la que se entretenía escuchando la radio. "Aunque me acuerdo del frío, porque me pilló época de frío", subraya, a pesar de lo cual reconoce que fue "una experiencia muy bonita".

La botica

Julián Rocha, que desarrolló su vida laboral en el ámbito de la Justicia, también recuerda en el camión que le transportó junto a otros reclutas por primera vez al entonces CIR, en octubre de 1972. "Miles de personas conocieron a Cáceres ciudad Patrimonio de la Humanidad gracias a estas juras", recuerda. El pasado mes de octubre participó en la jornada de puertas abiertas del Cefot y se reencontró con las dependencias en las que 42 años antes había completado la mili como Cabo Rocha. Le sorprendieron algunos cambios en las instalaciones como el del antiguo botiquín, "donde nos hacían el reconocimiento y vacunaban a los casi 3.000 reclutas que pasábamos cada tres meses y donde nos pusieron un montón de vacunas para todo, la más temida una en la espalda", recuerda sobre etapa de instrucción, de la que tampoco olvida las meriendas con café caliente que su mujer, entonces novia, le llevó "cada tarde, durante 90 días, después de las clases de teórica de armas y militar" o las comidas en el bar conocido como 'la pollería', ya desaparecido.

"Yo hice un día 3.000 raciones de tortilla de patatas, era precocinada, pero había que meterlas en el horno para calentarlas... No se comía mal", recuerda Alfonso Pitarch, consejero delegado de Eléctricas Pitarch. Se incorporó a la mili en agosto de 1995 a la sexta compañía, en el segundo batallón, con el capitán de la Montaña como jefe de instrucción. Tras jurar bandera se puso a las órdenes del capitán Agapito, con quien estuvo durante los siete meses restantes, hasta que consiguió "la blanca" (la cartilla militar que recibían tras completar el servicio). Se ocupaba de hacer los recados en Cáceres, sobre todo en temas de aprovisionamiento.

"Tenía que ir a Diosán, Comercial Cobos o a Capellanías; iba con la furgoneta y de paisano", recuerda. Acababa de terminar la carrera de Derecho cuando comenzó la mili, que "supuso una ruptura entre el mundo académico y laboral y le saqué mucho partido, sobre todo en las relaciones personales, tengo muy buenos recuerdos", asegura; y también muchos tesoros , como el petate con toda la ropa, que sigue guardado en casa de su madre casi dos décadas después de salir de Santa Ana.

"Me quedo con la disciplina, muy necesaria también para la vida de hoy", señala Pitarch.