La fiesta de San Jorge ha puesto de manifiesto que estamos acabando con las tradiciones. Se reduce a un desfile con un dragón que Luis, el policía municipal, fabrica con mucho arte a pesar del escaso presupuesto y los no menores escasos aperos y una batalla en la plaza, que si estás en la cuarta fila no te enteras de nada y al terminar estás obligado a preguntar a los de la primera: ¿Quién ha ganado los moros o los cristianos? Antes no era así.

En cada plazuela había una hoguera a la que desde meses atrás se destinaban los muebles viejos, que se apilaban en un rincón de la calle con antelación. Alrededor de la hoguera se reunía toda la vecindad para mostrar su orgullo, pues la suya era mucho mejor que las de otras plazas. Una vez que el fuego se volvía mortecino, todo el mundo se encaminaba a la plaza Mayor para ver la quema del dragón y la batalla. Con precauciones, eso sí, pues los chiquillos acostumbraban a dirimir su rivalidad con los de otros barrios a base de brevazos. La ribera del Marco era saqueada de mala manera y los bolsillos se llenaban de munición. Las brevas dolían menos que ensuciaban.

Por si no había bastante con tanta guerra era el tiempo de que aparecieran los canutos, que eran mucho más peligrosos, pues los tiradores no se conformaban con lanzar un solo proyectil sino que en cada disparo había muchos. Vamos, como las bombas de racimo.

Pues todo esto se ha acabado. Mucho presumir de ser de Cáceres de toda la vida y resulta que no promociona lo de las hogueras de los barrios, las brevas y los canutos. No sé si los electores de Cáceres de toda la vida se lo van a perdonar. Y encima se permite a algunos asegurar que lo del dragón es falso y quizás San Jorge no existió. Seguro que no son de Cáceres de toda la vida .