La mañana del 17 de octubre de 1823, la villa cacereña sufría uno de los actos bélicos más importantes de su historia. Las tropas constitucionalistas, al mando de El Empecinado, asaltaban la ciudad para aplicar las ideas liberales, emanadas de la Constitución de 1812. El combate entre liberales y realistas sería causa de la muerte de más de 30 civiles y la destrucción de casas y enseres. Este triste episodio, con el que se daba por finiquitado el llamado Trienio Liberal, se producía en un escenario histórico de lucha por aplicar los nuevos pensamientos que se abrían paso en Europa y que tanto costaba difundir en España. El liberalismo se concebía por el estamento dirigente, como un verdadero atentado contra el rey y la religión, los pilares básicos del Antiguo Régimen. Se iniciaba un siglo donde las ideas y el conflicto caminarían incondicionalmente unidos.

El Trienio Liberal (1820-1823) se había convertido en un periodo para desarrollar en las instituciones un pensamiento que pretendía modernizar un país atrasado en lo económico, detenido en lo corporativo y exento de futuro. El alzamiento de Riego, militar y liberal curtido en la guerra contra los franceses, en enero de 1820, había provocado que el espíritu de la Constitución de 1812 volviese a ser un referente de libertad y progreso que facilitase el desarrollo del país. El rey, Fernando VII, se somete a una constitución que él mismo había arrinconado en 1814 y acepta un nuevo orden obligado por las circunstancias. Las reformas de los sucesivos gobiernos liberales colisionarán con ciertos sectores como la iglesia, remisa a la pérdida de su notable influencia en la vida social y política del país. La ley de Libertad de Imprenta o la supresión definitiva del vetusto Tribunal de la Inquisición, unido a otras disposiciones de carácter sumiso, como la obligación de predicar la Constitución en los templos, son consideradas como ataques contra la tradición cristiana, propio de unos gobernantes que se percibían próximos a las sociedades secretas y el anticlericalismo jacobino. Otro apartado de este corto periodo liberal será la división territorial de España en 49 provincias, así como una nueva ley de Instrucción Pública que lograse solucionar el grave problema del analfabetismo que afectaba a gran parte de la población.

Para la villa cacereña, con una mesocracia terrateniente que regía los destinos públicos desde la Edad Media, el pensamiento liberal tenían un camino delicado, aunque no faltaron vecinos que abrazaron las nuevas ideas, venidas de lejos, como signo de modernidad y progreso. Los nuevos tiempos habían afectado a Cáceres de manera decisiva. En 1822 la ciudad era una de las elegidas como capital de provincia en el nuevo ordenamiento territorial, un hecho significativo para el futuro, que acabaría convirtiendo a la vieja villa en el principal núcleo urbano de la Alta Extremadura. Otro de los adelantos que se produce en este periodo, será la aprobación definitiva para que la ciudad tuviese un centro universitario que dio pie a la creación, efímera, de la Universidad Libre de Cáceres. Todo ello sería de escasa repercusión, dado que la entrada en España de un ejército francés, Los Cien Mil Hijos de San Luis, para restituir el viejo orden absolutista, daría al traste con un periodo donde se sentarían las bases de una modernidad que nunca llegó a materializarse.