-Defina su infancia...

-La de una niña feliz, con dos hermanos, con unos padres, con mis estudios en el colegio... Mis padres trabajaban en una empresa. Mi padre era guarda y mi madre, cocinera. Vivíamos en Didevo, una zona rural a unos 9 kilómetros de la ciudad de Foca y a 90 de Sarajevo, donde teníamos nuestra casa, nuestra finca...

-¿Cómo conoció a su marido?

-Yo era cantante de un grupo, de la Orquesta Zlatni Glas, y casualidades de la vida que conocí a Hussein, mi marido. Me decía cositas tan bonitas y era tan guapo que me enamoré. Estuvimos solo nueve meses de novios y nos casamos. Huimos de esas bodas muy celebradas en hoteles, nosotros nos casamos sin invitaciones, una boda íntima y preciosa. Hussein trabajaba en una fábrica de madera y era el hijo pequeño, de manera que como marcaba la costumbre de mi país nos fuimos a vivir a casa de mis suegros porque allí es habitual que los hijos pequeños al contraer matrimonio se queden en casa de sus padres. Estábamos muy felices. Nació Elma, nuestra hija... Pero a los seis meses estalló la guerra.

-Ustedes son bosnios, ¿antes de que comenzara la guerra cómo era la convivencia en su pueblo con los serbios?

-Estupenda, muy cordial, de vecino a vecino porque nos cuidábamos mucho unos a otros, nos admirábamos, nosotros éramos musulmanes y ellos, ortodoxos. Nos invitaban a sus fiestas, nosotros los invitábamos a las nuestras. Todo iba bien hasta que empezó el asedio.

-Precisamente, el de la capital de Bosnia-Herzegovina es el asedio más duradero de la historia reciente: 1.425 días, los que median desde el 5 de abril de 1992 y el 29 de febrero de 1996. Las débiles defensas bosnias, que habían proclamado la independencia del país, se enfrentaban a las tropas del Ejército Popular Yugoslavo y a las milicias serbias. Los enfrentamientos se desarrollaron en las colinas que circundan la ciudad. A principios de mayo, tropas del Ejército de la República Srpska (los serbobosnios) bloquearon la capital de forma definitiva. Se privó a la población de agua, electricidad o calefacción. La llegada de ayuda humanitaria a través del aeropuerto, reabierto a la fuerza, agravó paradójicamente la situación. Los francotiradores disparaban sobre los civiles cuando iban a recoger comida. El acuerdo se cerró el 13 de enero. Radovan Karadzic, representante del ejército serbio, se plegó ante las presiones internacionales. ¿Qué pasó en su país para que todo esto sucediera?

-¿Qué pasó? No sabemos. ¿Qué pasó? Sé que pasó una guerra y no sé nada más, ¿por qué? no sé. ¿Qué quisieron con esto, apoderarse de tierra? supongo, ¿o eliminar a un tipo de gente por la religión que profesaba? supongo que les molestaban los bosnios y que quisieron eliminarnos y apoderarse de nuestra tierra. No hay otra explicación más que esa: quisieron hacer una gran Serbia.

-En pleno sitio de Sarajevo cuentan cómo una mujer llamó a la radio local desesperada porque a su bebé se le había quedado metralla en la cabeza tras un ataque. Era una ciudad aterrada por las bombas y los francotiradores. Es un ejemplo más entre millones. ¿Cuál fue su infierno, Jasna?

-Mi infierno empezó el 20 de mayo de 1992. Los francotiradores comenzaron de madrugada a lanzar las primeras bombas. Rápidamente nos escondimos en el sótano de nuestra casa. A las 8 de la mañana ya estaban todos los militares serbios ocupando completamente nuestro pueblo. Buscaban armas, entraban en las casas... En aquel sótano estaban mis tres cuñadas, una con tres hijos, otra con dos; mis suegros, mis cuñados, mi marido, mi hija, la madre de mi suegra, vecinos... Aún hoy mi memoria no puede recrear exactamente cuántos estábamos allí. De buenas a primeras llegaron los militares, uno de ellos quería lanzar una bomba para acabar con nosotros. Suerte de la vida que otro de sus compañeros lo tiró hacia atrás e impidió el lanzamiento. Gracias a Dios pudimos contarlo porque decidieron dejarnos vivos. Entonces empezaron a pegarnos, a humillarnos. A la madre de mi suegra, una viejecita que entonces tenía 90 años, se la llevaron con una de sus hijas hasta un precipicio y las tiraron a las dos. ¿Qué daño puede hacer una anciana de 90 años, qué culpa tenía ella? Cuando recuerdo el infierno que viví en la guerra de Bosnia no entiendo cómo el ser humano se puede convertir en algo tan malvado.

-¿Qué pasó en los días sucesivos al ataque?

-Ese mismo día muchos de nuestros hombres sacaron sus armas con ánimo de defenderse, pero los liquidaron porque no tenían ni poder ni fuerza ante tantos militares. Solo esa mañana hubo 28 muertos en nuestra aldea, que no llegaba a los 500 habitantes. Luego se llevaron a todos los hombres en los carros, a nuestros maridos, nuestros hermanos... y dejaron en la aldea a las mujeres, los niños y los ancianos. Entonces empezó nuestro calvario, unas porque éramos guapas y jóvenes, otras porque eran odiadas... Cada noche era un castigo, te hacían de todo. Una noche un militar entró en mi cama y comenzó a violarme. Aquel militar había sido vecino mío, serbio, me conocía de toda la vida, pero como ya no había ley... Y yo no temía por mí, temía por mi hija. Solo pedía a Dios que mi hija no llorara porque la noche anterior a mi vecina le hicieron lo mismo y cuando su bebé comenzó a llorar, el militar cogió al niño y lo lanzó contra la pared hasta acabar con la vida de la criatura. Yo resistía mientras seguía pidiéndole a Dios que mi niña no llorara. Ella levantaba de vez en cuando la cabecita de aquella cuna y luego se volvía a acostar como si se estuviera dando cuenta de todo. (Jasna no puede evitar las lágrimas). Era duro, muy duro. Hoy en día estoy aquí para contarlo. Muchas veces pienso: es verdad que he sobrevivido a todo eso y puedo contarlo, a veces puedo y a veces no puedo porque hay algo que me ciega.

-¿Qué fue de Hussein?

-Se llevaron a mi marido, a mi suegro, a mis cuñados... En la cárcel pasaban tanta hambre que estaban deseando que se los llevaran a algún lado, a un campo de trabajo, a cualquier sitio donde pudieran comer siquiera hierba del monte. Mi suegro y mis cuñados tuvieron más suerte, porque los sacaron. Pero a mi marido, en septiembre, se lo llevaron, dijeron que era para realizar un tipo de trabajo, pero lo cierto es que no lo volvimos a ver. Desapareció. No está ni entre los vivos ni entre los muertos, no lo hemos encontrado ni en cárceles ni en fosas. No hemos vuelto a saber más de él y estoy segura de que lo mataron. A mis padres también los mataron, el mismo día y a la misma hora; una mañana en la que mi padre estaba trabajando en la finca pasaron unos militares y le pegaron un tiro, mi madre al escuchar el disparo salió corriendo y también la mataron. Mi hermano y mi hermana sí están vivos. Están en Sarajevo. También pasaron lo suyo, huyendo de pueblo en pueblo.

-Para huir de Sarajevo dicen que había que atravesar un túnel construido de forma clandestina por debajo del aeropuerto. Cuando los supervivientes lo recorrían estaban llenos de barro y el agua les llegaba hasta las rodillas. ¿Cómo escapó usted de la barbarie?

-Diez días después del asedio, atemorizada por el horror que estaba sufriendo de noche y de día, le dije a mi suegra que me iba. «¿Hija mía, pero dónde vas a ir?». Yo no podía más. Recuerdo cómo una vecina serbia le decía a mi suegra: «No sé por qué se queja tu nuera de lo que le están haciendo si ella no es virgen». Entonces mi suegra me recomendó que fuera a ver a un vecino serbio para ver si podía llevarme hasta la ciudad, a Foca, donde vivía mi cuñada. Salí sin más equipaje que una camiseta de algodón y una falda; corté tela de un saco de patatas y allí metí las gasas de mi niña, dos mudas y un biberón. Me eché a la espalda el saco y a mi hija en los brazos. Al llegar a casa del serbio para pedirle ayuda, del miedo que llevaba me desmayé. Cuando volví en sí le imploré. Finalmente nos llevó a Foca a mi hija y a mí.

-Qué paradojas tiene la vida: los serbios casi la matan y un serbio finalmente la salva...

-Sí. Es que hay dos tipos de público: los que quisieron y los que no quisieron. Unos que dieron la vida por ayudar y otros que nos la quitaron. Yo nunca juzgo a todos por igual, por mucho daño que me hayan hecho. Siempre hay gente buena y hay gente mala.

-¿Y qué pasó en Foca?

-En el piso estuvimos encerradas durante tres meses. Si se enteraban que éramos bosnios hubiéramos caído. Suerte que en ese período salió una orden por la que nos daban la oportunidad de acogernos a un traslado a un pueblo serbio; para ello debíamos apuntarnos en el ayuntamiento. Yo quería salir de allí, claro. De modo que me fui al ayuntamiento y por el camino me topé con un militar, uno de los varios que me habían violado; me persiguió... Esa misma noche un grupo de gente llegó al piso con armas, gritando: «¡hay bosnios todavía ahí, todavía hay bosnios!» El milagro fue que un hermano de una amiga de mi cuñada era militar con grado y estaba allí. Al ver llegar a los serbios salió a la puerta y los amedrentó: «Si entráis, os corto la cabeza a todos. Aquí no hay nadie». Se fueron. A la mañana siguiente el militar nos dijo: «Debéis iros, no puedo protegeros más».

-¿Y dónde se fueron?

-A Montenegro. Cogimos un autobús. Fue un viaje terrible: muertos en las cunetas, bombas, misiles que arrasaban todo a su paso, trozos de cuerpos por todos lados... Era tal mi deseo de supervivencia que ya no sentía ni miedo frente a tanto peligro. Cuando llegamos pasamos un mes en casa de la familia de mi cuñada. Teníamos que buscar una nueva vida, así que nos fuimos a Macedonia, donde ya había muchos refugiados. Suerte que en los autobuses no nos identificaron y pudimos llegar a salvo.

-¿Qué ocurrió luego?

-En Macedonia estuvimos hasta diciembre. Allí el número de refugiados era cada vez mayor. Un día escuché por la radio que en España había una oenegé de Plasencia llamada Movimiento por la Paz que facilitaba la acogida de refugiados. Había que apuntarse en una lista y nos admitieron. Ellos se encargaron de todo, de traernos a España y de llevarnos a un centro, a Valcorchero, en Plasencia, donde nos reunimos 360 refugiados. Pensábamos que la guerra se iba a acabar antes, pero el conflicto se estaba prolongando y había que buscar solución porque nuestro paso por Valcorchero era momentáneo. Entonces hicieron un llamamiento para ver qué pueblos de Extremadura querían acoger refugiados. Yo estuve primero en Coria, seis meses. Era muy complicado, no tenía ni idea del idioma y encontrar trabajo era muy difícil. Tenía entonces 25 años; mi hija, 1.

-España acogió en aquel momento a 2.500 refugiados... ¿Cómo llega usted a Fuente del Maestre?

-Llegué a Extremadura acompañada de mi hija, pero también venían conmigo mi suegra, mi cuñada, su marido y sus dos hijos. En Coria vivíamos todos en un piso, teníamos trabajos temporales que no nos permitían pagar una vivienda propia. En aquella época nos dijeron que en Alemania era diferente, que era más fácil encontrar trabajo, así que mi suegra, mi cuñada y su familia se marcharon a Alemania, y allí siguen. Pero yo me quedé. Como en Coria no encontraba empleo me permitieron volver a Valcorchero. La oenegé empezó a buscar más pueblos que pudieran acogernos. La mayoría eran de Cáceres, así que hicieron el llamamiento también por la provincia de Badajoz. Así fue cómo surgió la oportunidad de venir a Fuente del Maestre. Aquí llevo 25 años. Aquí trabajo, tengo mi vida, mi casa, mi todo. Y aquí estoy ya situada. Mi hija tiene 26 años, está en Don Benito, trabaja, está feliz, con su novio, con sus cosas y con su vida.

-Así que Sarajevo es la ciudad que usted amó y a la que nunca regresará...

-Creo que no. Jamás. Cuando la situación me lo permite voy de vacaciones y, sí, me gusta lo mío, siento lo mío, pero no me veo allí. Será que llevo muchos años aquí y ya soy la Hija Adoptiva de Fuente del Maestre (risas). Creo que soy media y media, media bosnia, media extremeña.

-Lo cierto es que le quitaron todo. Solo le dejaron 10 fotografías...

-Es que me lo quitaron todo. Es que no tengo recuerdos. No tengo nada. Es que cuando te quitan todas tus fotos te borran tu infancia, te borran toda tu memoria. Cuánta gente ve sus fotos y empieza a recordar el bautizo, la boda, la comunión, los amigos, tus hermanos cuando eran chicos, tus padres cuando eran jóvenes... Sin embargo a mí...

-Europa parece que no ha aprendido. Con esta nueva crisis de refugiados sirios, los líderes se limitan a decir que hay que hacer algo pero no lo hacen. Lo que ocurría en los Balcanes a principios de la década de 1990 se ha expandido como una metástasis por gran parte del planeta...

-Sí señor. Es un sin sentido. Cuando hoy veo las imágenes de sirios que pasan por mi tierra a 28 grados bajo cero, hacinados en un descampado, ¿qué ser humano aguanta eso? Sin embargo, Europa mira tan tranquila. No entiendo esa sangre fría. Veo en documentales cómo animales salvajes protegen a sus crías, pero aquí nadie evita el sufrimiento de los más pobres, de los más débiles. No sé qué especie somos.

-En la guerra de la antigua Yugoslavia murieron más de 130.000 personas. Para ello había que contratar a gente, a soldados que disparaban sentados, mataban a 8.000 en un fin de semana. Fue un genocidio en toda regla...

-Que no se repita, que no se repita. Simplemente eso.

-Ahora, los alumnos de Artes Escénicas y Danza del Instituto Fuente Roniel de Fuente del Maestre han elaborado un precioso corto-documental que ha ganado el premio ‘Segunda cosecha’ del concurso ‘Cultura’ que convoca el Instituto de la Juventud de Extremadura y que bajo el título ‘Sin vivirlo me duele’ relata su historia. Es una maravilla...

-Lo es. ¡Lo han hecho tan bien! En cinco minutos, tan intensos, relatan exactamente mi experiencia. Es muy hermoso.

-¿Y para terminar, qué le pide hoy Jasna a la vida?

-A la vida solo pido salud, con ella, créame, se consigue todo.