Fernanda Moreno. Operaria del servicio de limpieza. Lleva desde 1983 trabajando en el Julián Murillo "porque los niños --dice con emoción-- me encantan y pienso que tengo facultades suficientes para dar ese afecto a los que están más necesitados de cariño y amor".

Catalina Pérez. Supervisora de cocina y comedor. Pisó el centro un 25 de noviembre de 1981, días antes de su inauguración. Desembaló las cajas y atendió a aquellos primeros chavales que llegaron a la ronda de San Francisco, hoy padres de familia que aún siguen carteándose con ella y felicitándola cada Navidad. "No soy política, pero creo que es una pena desperdiciar un capital humano que trabaja con una única idea: garantizar la felicidad de todos estos niños".

Gabino Muriel. Educador Auxiliar. Está en la institución hace 15 años. Su función: la educación y la crianza de los pequeños. Ha visto a niños con anticuerpos del sida que luego se han recuperado, a cientos de chavales que han encontrado un hogar tras su paso por el centro. Ayer escribió en un folio cuatro ideas principales que quiere expresar. La primera: "No entendemos la actitud inflexible de la consejería porque creemos que Cáceres, igual que Mérida y Badajoz, debería tener y mantener un centro de acogimiento temporal y de emergencia". La segunda: "Pedimos a la Junta que reflexione y no dé el tema por zanjado". La tercera: "La desaparición del Julián Murillo será un impacto económico para Cáceres y empresas de transporte, de servicio o de alimentación dejarán de percibir ingresos tras el cierre". Y la cuarta: "Pido que la Junta asuma a un personal especializado en ayuda social".

Los niños juegan en el patio y los empleados miran inquietos el futuro. Menchu, Esperanza, Jacinta... ellas y muchos más son protagonistas del libro de familia que guarda el Julián Murillo y que recoge fotografías de niños y trabajadores de los últimos 20 años. En el 2007, fecha prevista para el cierre, ese libro se romperá y quedará huérfano para siempre.