Catalina Alvarez regenta el bar La Plaza en Rincón de Ballesteros, pedanía cacereña construida como un poblado de colonización en la década de los 50. Indignada explica que ha tenido que encargar 12 paquetes de seis litros de agua embotellada porque la mercancía se agota. "La gente me está pidiendo botellas como nunca. Esto es horrible, no hay derecho a que estemos así".

Ana es otra de las afectadas. Lleva cinco días sin una buena ducha y tiene que conformarse con un cubo para lavarse por partes. Vive en la zona alta del pueblo. Ayer llegó a su casa a las tres de la tarde y "sólo salía un hilito de agua por el grifo", explica con resignación.

Otro vecino recuerda que el pueblo había sufrido restricciones en otros tiempos, pero advierte: "Como este año, ninguno". Sentado en los soportales dirige su mirada hacia la fuente: "Lleva días sin echar ni gota".

La nuera de Catalina llega apresurada con dos niños pequeños. "No puedes bañar a tus hijos, tampoco beber porque el agua parece lejía pura".

Y otra mujer añade: "Mi hijo fue a lavarse la cara y se le han hinchado los ojos. Esto es una pena", sentencia.