P osiblemente sea este uno de los refranes o ‘consejas’ más repetido por el pueblo llano, que es como se suele llamar a la gente que pasa hambre. ‘Más vale pájaro en mano -seguramente para freírle- que ciento volando’; pues a estos no tenemos ningún acceso para saciar nuestra necesidad. Tratemos de aclarar conceptos. ¿Qué es un pájaro?. Para el común de los humanos, aparte de una variedad zoológica ovípara, de sangre caliente y voladora; un pájaro es un individuo descarado, informal, cleptómano y con una cara dura descomunal para engañar a todos los que se relacionen con él.

Algunos también le llaman: pajarraco, y según las últimas experiencias políticas en España, el refrán debía decir: «Más vale pajarraco entre rejas que ciento sin encerrar».

Bueno, este es otro término equívoco que habrá que redefinir. No tiene sentido mantener a un pájaro en la mano, ni en una jaula, de donde sería muy fácil evadirse a poco que nos descuidásemos.

Pues hoy ya no es un pájaro al que hay que acusar de varios desmanes o estafas para meterlo entre rejas; sino que, desdichadamente, han salido de la pajarera todo un tropel de córvidos, urracas, gavilanes y gaviotas -de color azulado pálido- convertidos en fondos buitre, que se reparten comisiones, hacen mordidas aquí y allá; venden viviendas sociales municipales por miles, para cambiar los dineros de bolsillo, y otras componendas de mano abierta, o de puño cerrado; que se llevan a efecto con mayor comodidad y mayores rendimientos desde los despachos y poltronas de cargos políticos; desde las Cortes o el Senado, desde las Comunidades Autónomas, desde las Diputaciones Provinciales o desde los Ayuntamientos del entorno de Madrid o de los Paisos Catalans -Cataluña, Valencia y Baleares- pues al hablar distinto se les entiende menos.

Nada más hay que conectar con alguno de los medios dedicados a la sana y loable profesión de dar información a la ciudadanía, para darse cuenta de que tengo razón. Pues, lentamente, desde hace ya 40 años, el país, en su conjunto, se ha ido cubriendo de una capa de bosta con pequeñas o grandes corruptelas -tramas, contubernios y hasta mafias- en las que se han ido entrelazando cadenas y cordones de políticos con inversores, especuladores, mentirosos, defraudadores y estafadores; que ya forman enjambres de pájaros a los que se oye el graznido mucho más y mucho más destemplado que los trinos de la gente decente -¡que todavía la hay, fuera de los despachos!- que soporta estos desmanes.

Felizmente, los ecologistas y los defensores de la avifauna ibérica son los primeros en pedir que se persiga a este tipo de pajarracos que ensucian la política y la empresa.

Pues con sus tejemanejes, no solo distorsionan los mercados y alteran los precios de las cosas, sino que nos perjudican a todos los ciudadanos, hurtándonos servicios que debían ser financiados con lo que ellos roban; provocando recortes en las funciones sociales propias del Estado; sino que, además, degradan la confianza que todos los españoles deberíamos tener en nuestras instituciones y en nuestra dignidad como pueblo.