-¿Cómo fue su infancia?

-Nací en el 33. Tenía 4 años cuando nos vinimos a Cáceres desde Ceclavín en plena guerra. Vivíamos en la calle Villalobos, en una casa muy grande con un jardín inmenso. Recuerdo las sirenas al paso de los aviones. Después llegó Franco y no fue fácil. No teníamos libertad, todo era pecado y económicamente las cosas estaban muy mal. Los que no éramos capitalistas éramos pobres. Mi padre tenía una fábrica de caramelos, me llevaron a un colegio de monjas y tuve suerte porque pude estudiar. Hice Magisterio, me destinaron a Guadalupe y para mí fue un milagro que me dieran un puesto de trabajo porque era muy difícil.

-¿Cómo conoce a Vostell?

--Ah, no ha leído mi libro... (risas). Lo conocí en el monasterio de Guadalupe, debajo de los Zurbaranes. Vostell llegó en abril, pero los meses anteriores una de mis compañeras del instituto, que era de Guadalupe, Toñi, me buscó un sitio fantástico, una casa maravillosa de una señora que era empleada social. Era una casa nueva, con toilette, que en aquel tiempo no era muy normal. Nosotras solíamos acudir al monasterio, y uno de esos días un fraile joven nos quiso enseñar el claustro, explicarnos las obras de arte. Entonces vimos unos sarcófagos con imágenes talladas en piedra con las caras de frailes que estaban enterrados allí. Había uno que no tenía nariz, y preguntamos al fraile que nos acompañaba el motivo, porque la nariz no estaba rota, estaba gastada más bien. Y él nos dijo: «Está así porque las niñas que andan buscando novio le besan la nariz y enseguida lo encuentran». Besé aquella nariz y conocí a Vostell.

-¿Qué trajo exactamente a Wolf Vostell a Extremadura?

-Había venido por dos cosas, por los Zurbaranes y por Las Hurdes, coincidiendo con el documental de Buñuel que tuvo la suerte de ver en la Filmoteca de París. Le llamó tanto la atención que desde entonces para él Buñuel fue el mejor cineasta de todos los tiempos. Fue mi amiga Toñi la que me dijo: «Ay, han venido dos pintores de Alemania, y a esos los tenemos que conocer». Hasta que un día, sentadas en una cafetería de la plaza, aparecieron. Era el año 58.

-Y se casaron...

-Sí. Acabó el colegio y me tuve que venir a Cáceres. Él se vino conmigo y había que decirle a mis padres que nos queríamos casar. Lo mandé al Hotel Toledo, tan lejos de mí (risas), y luego a los pocos días se vino a una pensión a la avenida de la Montaña. Aprendió enseguida español...

-Y se marcharon a Alemania...

-Rápidamente. Sí. A Colonia. Él era muy afrancesado. Le gustaba mucho París, pero yo prefería Alemania. Y fue maravilloso. Cuando me fui a Alemania con Vostell llegó la libertad, puedo decir que empecé a vivir. Vostell tenía un imán, te daba tranquilidad, su manera de hablar, de andar, la paciencia que tenía, hablaba bajo y despacio. Llegué precisamente en la época de carnaval: te besaban, te abrazaban, estaba todo permitido, criticaban a la política, tranquilamente, sin que hubiera censura ninguna. Yo llamaba muchísimo la atención porque entonces no había tantos extranjeros como ahora, y les resultaba exótico mi pelo negro... Vostell decía que era una chica muy elegante, es que las cacereñas somos muy elegantes (risas). ¿Sabes quien me echaba piropos? las mujeres, me decían: «süß, süß», que significa dulce.

-¿Qué aportó Vostell al mundo del arte?

-Empezó muy pronto con la vanguardia, en el 58. El videoarte comenzó en Cáceres y fue gracias a mi marido. Estábamos paseando por la plaza y vimos que en un escaparate de una tienda de electrodomésticos al lado del Pato, en la otra esquina, había mucha gente. Estaban viendo aquel escaparate grande porque dentro tenían un televisor, de los primeros que llegaron a la ciudad. Vostell vio que la gente se reflejaba en el cristal y le vino la idea de meter un televisor en un cuadro. Rápidamente se puso a trabajar en la terraza de la casa de mis padres. Hizo tres cuadros y uno de ellos lo rajó y le metió el televisor. A la serie la tituló ‘Trasmigración’.

-Hay otras instalaciones interesantes de Vostell, ‘La Habitación Negra’ es una de ellas, inspirada en la historia alemana. ¿Qué concepto tenía Vostell del nazismo?

-’La Habitación Negra’ está en un museo de Berlín. Tenía unos recuerdos horribles. Tenía 12 años cuando terminó la guerra y toda su obra está muy influenciada por el conflicto bélico, de lo que vio siendo un niño. Muchos niños de entonces estuvieron luego muy preocupados por saber el papel que sus familias jugaron. Vostell sabía que sus padres no habían sido nazis, no se metieron nunca en política.

-¿Qué contó él de la guerra?

-Estuvieron fuera de Alemania, en Checoslovaquia, huyendo de la guerra. Tiene una obra muy influenciada de aquella época. Un día escuchó un estruendo y como niño que era, curioso, se fue con otros amigos a ver qué había pasado en el campo. Cuando llegó el panorama que vio era espeluznante: un avión de combate hecho trozos por todos sitios, desparramado, los cuerpos de los pilotos esparcidos en trozos, y en un árbol había colgados cabellos y los sesos de uno de los pilotos. Eso es una impresión de grandes dimensiones para un niño de 10 u 11 años y que quedó reflejada en una obra titulada ‘Manía’, donde aparece pelo saliendo de la copa de un árbol y el trozo de un cerebro. En otra ocasión, durante la guerra descarriló un tren cargado de alimentos. Junto a otros niños Vostell se acercó y vio a un grupo que salía de uno de los campos de concentración, apenas podían andar, de camino a ese tren descarrilado en busca de comida. Eso un niño no puede olvidarlo nunca.

-De modo que Vostell fue un valiente en su obra...

-Desde luego. Ha sido muy atrevido. Hay pocos artistas como él. Porque los artistas en general lo que quieren es ser famosos, y ganar mucho dinero. Eso a él no le interesó. Lo que él quería era, si era posible, cambiar el mundo para mejor. Los artistas han hecho mucho, no lo han cambiado, pero quizá si no lo hubieran hecho sería todavía peor. Porque si vas al Prado, las obras son exactamente igual que las obras de hoy. Si tú entiendes una obra del Prado ya entiendes el arte contemporáneo. Porque los artistas siempre han enseñado lo que no se ve. Ellos enseñan lo que está escondido, para que la gente lo vea. Si te pones delante de un cuadro del Prado te das cuenta que el cuadro te está diciendo algo. Recuerdo que fuimos a un museo en Milán y vimos una obra de Leonardo Da Vinci. Me quedé impresionada. Era una sala grande, estaban todas las paredes pintadas de árboles, y las raíces en el suelo. Los árboles no enseñan sus raíces, pero Da Vinci las pintó. Y eso es arte. Un árbol bien pintado no es suficiente, hay que enseñar algo más.

-Llevamos un año sin gobierno. ¿Qué opinaría Vostell?

-Gracias a Dios que no está aquí. Muchas veces pienso, Dios mío, las cosas que han pasado desde que él ha muerto, si hubiera estado aquí habría sufrido mucho porque él con estas cosas sufría mucho. De todos modos él sabía muy bien, porque estaba muy desilusionado con el final del siglo XX de cómo había ido la política, cómo se había desarrollado. Cuando cayó el muro, Europa estaba cada vez mejor, nos estaban poniendo a todos de acuerdo, ya parecíamos todos de la familia, no había problemas entre unos países y otros. Éramos más internacionales y cómo está ahora, esto es el colmo. Cada uno por su lado. Los alemanes quieren ser alemanes, los españoles españoles, los extremeños solo extremeños, el italiano italiano... En el tiempo de Vostell el arte ha sido muy internacional, daba lo mismo que se hiciera una exposición en París o en Alemania. Los artistas eran siempre internacionales, era un artista y ya está. Los alemanes, debido a su propia historia, no querían ser más nacionalistas y quizá por eso han sido los más internacionales en el arte. Nunca ha habido una exposición en Alemania titulada ‘Arte alemán’ sino ‘Arte en Alemania’. Y eso es lo que me duele ahora, que no existe el internacionalismo. Ahora cada uno quiere lo suyo. Hemos cambiado mucho y de eso se iba dando cuenta Vostell. Estaba muy desilusionado con la segunda mitad del siglo XX.

-¿O sea que, de alguna manera, Vostell vaticinó la crisis existencial de Europa?

-Claro que sí. Los artistas lo saben todo. Vostell tiene dos cuadros con torres y aviones que caen sobre la torres. Vostell siempre pensó que la tercera guerra mundial iba a venir de los árabes. No sé si todos los artistas son así, pero Vostell lo sabía todo antes de que pasara. Claro, si es que se ve venir. Se ve venir todo. Yo no soy tan inteligente, pero él quizá porque fue artista veía venir las cosas y estaba muy preocupado.

-Malpartida de Cáceres guarda precisamente todo su legado. ¿Por qué llegó hasta aquí?

-En los 60 viajamos muchísimo. Cuando nacieron mis hijos los llevábamos con nosotros porque la premisa de Vostell era arte igual a vida, vida igual a arte. Viajábamos con él para ayudarle a las exposiciones que hacía o a ver las exposiciones de otros artistas. En los 60 empezó la vanguardia y eran unos tiempos muy importantes para el arte contemporáneo porque la guerra había pasado hacía ya mucho tiempo. Alemania empezaba a levantarse, Europa empezaba a levantarse y fueron años muy importantes para los artistas, que supieron aprovechar la ocasión. El arte empezaba a vivir. En Alemania había exposiciones en todas las ciudades. Como estaba el muro no había un centro y entonces lo mismo era importante Colonia que Düsseldorf, que Frankfurt, que Aachen... Vivíamos en Colonia y desde allí íbamos a las exposiciones de otras ciudades porque en todas ellas organizaban exposiciones de arte contemporáneo. Como ya estaban las autopistas, no era trabajo ninguno desplazarse. Además de esos viajes hicimos también viajes de entretenimiento y cultura con mis hijos para que conocieran los lugares más destacados de Alemania. Y en España lo mismo. En los 60 recorrimos España de norte a sur. Donde más nos gustaba venir era a Extremadura, lo primero porque estaban mis padres, lo segundo porque a Vostell le encantaba el paisaje. En esa época no existían museos importantes, no estaba el Reina Sofía, la Fundación Miró empezaba en Barcelona, había un museo de arte contemporáneo en Madrid pero con muy pocos artistas internacionales, y el grupo Zaj. De repente, en los 70 España empezó a preocuparse por la vanguardia. Es cuando quisimos comprar una casa aquí.

-Y finalmente la compraron en Malpartida de Cáceres...

-Estando en Trujillo vinieron Narbón y su mujer a visitarnos y a pasar con nosotros un día. Vostell le dijo que quería comprar una casa. Le dijo Narbón que Malpartida era un sitio estupendo, muy cerca de Cáceres, con unas calles anchas y casas grandes, y que la gente era muy amable y además tenía un paisaje maravilloso. Vostell era tan curioso que al día siguiente ya estábamos aquí. Narbón le dijo al alcalde, que entonces era Juan José Lancho Moreno, una persona encantadora, que venía un artista famoso alemán, internacional, que quería comprar una casa. Vostell se acordó del campo maravilloso del que le había hablado Narbón y Lancho llamó entonces a algunos concejales de su corporación y al director de las escuelas, Vicente Muriel, y todos nos fuimos a Los Barruecos. Cuando llegamos, Vostell exclamó: «¡Qué maravilla, esto es arte de la naturaleza!». Enseguida le entraron ganas de hacer un museo. Lo veía todo claro. Yo le pregunté: «¿Wolf, tú sabes dónde estamos?». Era 1974, Franco aún vivía, murió al año siguiente. Y añadí: «Si aquí no hay siquiera una universidad». Y me salta Lancho: «Mercedes, sí, desde el año pasado ya tenemos una universidad y además tenemos una profesora de Historia, María del Mar Lozano Bartolocci, que es hija de pintores, hermana de pintores y una profesora estupenda». Es verdad que había otros obstáculos, venir aquí, a hacer una cosa así, donde Vostell ya era famoso en Centroeuropa, era como empezar de nuevo, como retroceder en el tiempo. Pero nunca me opuse a lo que Vostell quería, porque sabía que él siempre tenía razón.

-¿Qué espera de la vida?

-¿Qué espero de la vida?, que me pagues por lo que te estoy contando (risas). Espero que la gente sepa lo que es el arte, ni siquiera lo que no entiende. Eso fue lo que le gustó a Vostell de este pueblo: su cultura. Mujeres de negro, tan maravillosas, que veían los cuadros de Vostell y cuando alguien les preguntaba si eso era arte ellas respondían: «Mire usted, yo no entiendo, pero si el artista dice que eso es arte, será arte porque estos cuadros tienen un misterio». Solo puede pronunciar esa frase una persona culta. Vostell siempre pensó que los fluxistas tenían que preocuparse de hacer un museo. Para el Movimiento Fluxus todo puede ser arte, todo puede ser música. Por eso el museo referente del Movimiento Fluxus está aquí, porque en Los Barruecos está todo el arte y toda la música.