"Mi amigo, mi padre, el artista enseñante...". Las palabras de Ana Narbón, hija del pintor Juan José Narbón (San Lorenzo del Escorial, 1927-Cáceres, 2005) llenan de emoción ayer una de las salas principales de la casa palacio de los Becerra, sede de la fundación Mercedes Calles y Carlos Ballestero, en la ciudad monumental. El pasado 7 de abril se cumplió el segundo aniversario de la muerte del artista, una referencia de la pintura extremeña de la segunda mitad del siglo XX.

Llueve en la calle mientras se inaugura la exposición Narbón familiar , organizada por la fundación coincidiendo con su primer año e integrada por más de 60 obras de las colecciones de familiares y amigos más próximos. Su mujer Maruja e hijos Ana y Juanjo Narbón Romero, Goyi Buezas, Mari Carmen Romero, Paula Romero y María Jesús Herreros de Tejada están entre ellos. Hasta el 10 de junio será visitable.

Es un recorrido por "sus austerios bodegones, sus retratos y algunas escenas costumbristas, por una trayectoria de creatividad absolutamente personal que se desarrolla desde los años 70", escribe Herreros, directora del museo Pedrilla, en el catálogo. Un Narbón menos conocido y "más íntimo", como reconoce Luis Acha, director de la fundación. El acto sirve para descubrir secretos guardados en los corazones. El gesto del alcalde José María Saponi le acerca al pasado, a los días en los que compartió mesa de oficina con el pintor en el palacio de Godoy, a los dos cuadros que cuelgan en su casa de Colón, a los amigos comunes y, en definitiva, a la vida. Su hijo Juan José, también artista, pide disculpas al periodista, incapaz de captar el recuerdo del padre en palabras.

El legado artístico

Y es que la huella de Narbón ha quedado impresa en sus cuadros de ocres y negros, "con una gran fuerza expresiva que se correspondía con su entusiasmo vital", afirma la catedrática de Historia del Arte, María del Mar Lozano Bartolozzi. Hay también figuras de campesinos y del campo extremeño, obsesiones del autor en su trayectoria marcada por el amor a Extremadura, donde aprendió en la Escuela de Bellas Artes de Cáceres con sus maestros Juan Caldera y Eulogio Blasco.

Callada, su viuda asiste a la inauguración. También está su nieto. En las paredes cuelgan el retrato de la madre del pintor, figuras de líneas perdidas que buscan el equilibrio imposible, un reguero de mensajes en los lienzos... "Llueve, será que el cielo gime al añorarte... Viejas muñecas, en las que a veces sorprendí la melancolía de tu mirada", reza el texto de María Narbón. De nuevo la emoción sin lágrimas. El pintor no se ha ido y late con fuerza en su obra. Su herencia sigue viva. Llueve y queda la memoria.